Los lunares surgen cuando las células pigmentadas o melanocitos forman grupos. Solemos tener entre 10 y 40 y siguen apareciendo hasta la cuarentena.
Los lunares se forman al agruparse los melanocitos, las células de la piel que fabrican la sustancia que la pigmenta, la melanina. «En realidad, no tienen ninguna función fisiológica, al igual que ocurre con las verrugas y otras lesiones», explica Javier Pedraz, dermatólogo del Hospital Clínico San Carlos de Madrid. Su importancia reside en la posibilidad de que evolucionen y den lugar a un cáncer de piel. Cuando su apariencia cambia, presentan bordes irregulares, se vuelven duros, el color no es homogéneo y el diámetro supera los seis milímetros, hay que ir al especialista para que practique una biopsia. Si resulta ser un melanoma, el diagnóstico precoz asegura la curación en el 95 % de los casos.
Algunos estudios apuntan que entre el 0,2 % y el 1,5% de la población presenta al nacer una variedad conocida como nevusmelanocítico congénito (NMC). Aunque pueden ser de todos los tamaños, en ciertos casos los NMC son de grandes dimensiones, y se ha observado que pueden alcanzar hasta 20 centímetros de diámetro en los recién nacidos. «Estos tienen más probabilidad de convertirse en malignos por su tamaño y porque llevan más tiempo expuestos a la radiación solar», apunta el doctor Pedraz. No solo se ubican en la piel; también los hay internos. «Se encuentran detrás de la columna vertebral e incluso en el cerebro, pero no tienen repercusión para la salud». Sí pueden tenerla los de mayor tamaño. «Son muy poco frecuentes, suelen situarse en el tronco y se extirpan con cirugía», añade Pedraz.
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