No estamos programados para ser felices, sino para buscar la felicidad

No estamos programados para ser felices, sino para buscar la felicidad

Un neurotransmisor, la dopamina, nos impulsa a perseguir constantemente el placer y la recompensa.

La dopamina nace en una de las áreas más primitivas del cerebro y, a través del sistema de recompensa, fluye hasta el lóbulo frontal, una estructura más evolucionada que nos permite dirigir nuestra conducta hacia un fin. Esta región del cerebro es la más lenta en madurar y la primera en deteriorarse en la vejez y actúa como una máquina del tiempo que nos hace posible recordar el pasado y vivir el futuro antes de que suceda. Nos ayuda a anticipar sucesos, y en esa anticipación reside parte de nuestra felicidad y nuestra desdicha. Lo cuenta el psicólogo Dan Gilbert, autor del libro Tropezar con la felicidad.
En su opinión, el problema es que «el cerebro nos da en muchas ocasiones datos erróneos de lo que nos hará o no felices. Cometemos el error de pensar que lo bueno será muy bueno y lo malo, muy malo» Es preferible ser escéptico, basarse en datos científicos, mirar las estadísticas y cuestionar los consejos para encontrar la felicidad. Las estadísticas nos dan algunas claves sobre lo que hace felices a la mayoría de las personas. Por ejemplo, entre las recetas más usadas están las que dicen que para ser feliz hay que tener un buen trabajo que dé para vivir decentemente, casarse y tener hijos.
Con las cifras en la mano, vemos que es cierto que las personas casadas son más felices que las solteras o que las parejas de hecho y que viven más años. El matrimonio es una buena inversión en todas las culturas, sobre todo para los hombres, resalta Gilbert. Pero divorciarse cuando las cosas no van bien también aumenta la felicidad, en especial la de los hombres, que se sienten mejor de inmediato. Las mujeres tardan de media un par de años en volver a ser felices. En cuanto a los hijos, los números reflejan que suponen una exigencia que disminuye la felicidad, en especial de las madres, mientras son pequeños. El pico de infelicidad parental se sitúa entre los 45 y 55 años, cuando la carga de obligaciones es máxima. Para Gilbert, «El síndrome del nido vacío es un invento. Cuando los hijos se van de casa, la felicidad de los padres aumenta».
Fuente: https://www.muyinteresante.es/ciencia/articulo/no-estamos-programados-para-ser-felices-sino-para-buscar-la-felicidad-191471332243