Una de las dificultades para interactuar es no reconocer, negar o ignorar los errores. Cuesta disculparse; a este gesto se lo considera señal de flaqueza y, en realidad, lo es de grandeza.
Una actitud agresiva merece un pedido de disculpas. No rebaja, dignifica.
“¡Disculpá, estuve mal!”
¡Lo siento, me fui de boca!”
“¡Me equivoqué, lo dije sin pensar!”
“¡Cometí un error, me arrepiento!”
“¡Por favor, no te ofendas, estuve pésima!
“¡Perdón, se me soltó la cadena!”
Si en la vida diaria estas expresiones se repitieran más a menudo, tendríamos menos problemas para comunicarnos. Parece mentira, sin embargo, pedir disculpas, arrepentirse por un comentario inoportuno, agresivo o de mal gusto, representan una de las mayores dificultades para Interactuar.
En mis cursos siempre formulo la siguiente pregunta: ”¿Le cuesta disculparse, pedir perdón?” Y son pocos los que contestan: “No”.
Si bien se trata de encuentros mixtos y hay mujeres que reconocen esta limitación, todavía muchos varones continúan siendo los más reacios: consideran que aceptar que no estuvieron bien o que cometieron un error significa un signo de debilidad, de flaqueza.
Ocurre todo lo contrario: en realidad, se trata de un signo de grandeza. Como aún persiste el mito de que un hombre fuerte -en especial, con poder de decisión- no puede permitirse gestos de humildad, la sola idea de admitir un equívoco, una metida de pata, le genera más vergüenza que la acción errónea que cometió.
A pesar de que escucho numerosas historias de maltrato laboral y no menos quejas sobre jefas y jefes intratables, en las empresas modernas (que las hay), los líderes no tienen reparos de exponer sus dudas o desaciertos y de esmerarse en demostrar empatía con sus subordinados. Es que se han preparado lo suficiente como para darse cuenta de que su fortaleza y su liderazgo no declinarán si se permiten mostrar el costado humano que los acerca más al personal.
Cuántas familias se dividen porque el hijo o la hija esperan que la madre o el padre tomen la iniciativa de pedirles perdón y a la inversa. Y así derrochan años, se llenan de tristeza, de desamor, de indiferencia.
Cuántos amigos se separan porque piensan distinto. ¿Desde cuándo es imposible que las ideas y los sentimientos convivan? Podrán mantener agarradas, distanciarse por un tiempo… De ahí a no verse nunca más con el amigo de la infancia o el compañero de la facultad, ya parece demasiado. Difícil de digerir.
Qué importa quién arriesga el primer paso y reanuda el diálogo. Vale la pena sortear el miedo a un posible rechazo, a cierta frialdad. Y si el reencuentro prospera, no hará falta pedir perdón, ni excusarse. Sólo retomar la charla. La amistad fluirá, como antes.
Fuente: https://www.clarin.com/buena-vida/tendencias/Perdon-solto-cadena_0_HJhxqyxowQl.html