Al agua le precede un artículo masculino y no por ello deja de ser femenina. Al vodka le pasa mucho más de tres cuarto de lo mismo. Pues aunque muy ardiente, el vodka es un agua y como fémina ninguna bebida la supera.
Por su origen etimológico, que es polaco, empezó llamándose woda que significa pequeña agua. A partir de ahí se ofreció bajo todo tipo de apelativos. Desde schnapps en varios rincones de Europa del Norte hasta petit blanc en el Este canadiense.
No saciada con éso, incluso se apropió de la mayoría de los miles de cócteles y/o combinados que se despachan por el mundo entero.
Porque, esto sí, por ser ¡inodora!, transparente y con su sabor apenas perceptible, o sea, una perfecta woda con su carita lavada, ella puede maquillarse con todos los envoltorios del “ars combinatoria”: desbanca a cualquier espirituoso por mucho que éste haya sido la base elegida por el padre de la creación coctelera.
UN POCO DE HISTORIA
Aunque se señale como único culpable al nombre del cóctel Alexandra, bien se encargó la vodka de que no fuera ningún cuento peliculero el que una inocente y abstemia Lee Remick cayese en el embriagador abrazo de Jack Lemmon en «Días de Vinos y Rosas». Ocurre que, en ocasión de su primera salida con el experimentado alcohólico personaje de Lemmon, la deseada actriz le confiesa su absoluta ignorancia acerca de cualquier tipo de bebida alcohólica. Y, ¡ahí está!, vemos a nuestro conquistador eligiendo para invitarla un cóctel Alexandra que ella afirma encontrar delicioso. Pues, desde su nada corta trayectoria histórica, esta receta clásica siempre se compuso de nata líquida, brandy y crema de cacao a partes iguales, agitados con mucho hielo en la coctelera. Y, en su vida real, muchos, a conciencia, sustituyen el brandy por la queridísima vodka ya que ésta deja todo el protagonismo a la crema de cacao y a la nata, resultando así el Alexandra esencialmente dulce y sabroso; es decir, una golosina para un bebedor no habitual que, de este modo, nada menos lejos de sus deseos que hacerse un habitual del Woda Alexandra…
Así es la vodka. La conservadora de uno de los calificativos que hasta unos cincuenta años sólo era propiedad de una temible estirpe de hembras: las mujeres a quienes se señalaban por su ultrafemenidad. Aguas mansas como la vodka, la gran insidiosa de todas las bebidas existentes del planeta.
Estas armas de mujer que emplea la vodka han sido perfectamente delatadas por un auténtico convicto de la tiranía del alcohol. El ex detective Laurence Block quien, con alto conocimiento de causa, en “Ocho Millones de Maneras de Morir”, una de su magníficas novelas negras, por boca de su pendenciero personaje Danny Boy, cuando iza su vaso de vodka ruso para mirar el líquido a través de la luz dice: «Pureza, claridad, precisión. El mejor vodka, Mathew, es una cuchilla de afeitar. Un escalpelo bien afeitado en las manos de un experto cirujano. No deja huellas visibles».
Para despistar del todo, es al estilo del espía James Bond como se toman su Dry Martini muchos de los águilas de las finanzas mundiales que pululan por Wall Street en Nueva York. De ahí que una de las exuberantes cortesanas de las Bolsas ajenas, pavoneándose a diario como «presa» en el bar de la planta baja de algún rascacielos de la famosa calle, siempre me discutió que el Dry Martini se ofrece así: en un vaso ancho de whisky con cubitos de hielo y que se hace ¡a base de vodka!!! Totalmente inexperta en lo que se refiere a estas artes, ella ignoraba que, después de ese tipo de escapadas, a eso de las once de la mañana, por muy hacedores de dólares que fueran, como un aguilucho cualquiera, cada uno de éstos tenía que volver al nido, arriba, al trabajo sin aliento y sin rasgo de alcohol en éste. De esa virtud, entre todos los espirituosos, la vodka es la única tesorera…
De la virtud al vicio no hay ningún trecho para la vodka. Y para eso, la vodka, cuando es seleccionada entre las más cualificadas, se basta ella solita sin la necesidad de camuflarse bajo un cóctel. Esto es, superenfriada y servida en vasitos previamente congelados, esa diablesa de vodka le manda a una cometer uno de los pecados capitales que más le atraen al sibarita: la pereza. Pues sus mejores acompañantes comestibles, y encima son productos de delicatessen, no precisan de cocina ninguna: desde un abrir de sobre de un salmón ahumado a las conchas de unas ostras frescas; desde con un gesto de bárbaro primitivo, empuñar con la mano un buen ramillete de arenques en salazón a degustar con la delicadeza de una cucharilla de nácar el más exquisito caviar. Y aquí, por mucho que le sobrevenga caer en la tentación de abusar de la vodka, siga respetándola como mujer. La gula dedíquesela a estos ricos manjares.
Por último, para la eternidad y especialmente en este caso, acuérdese siempre de ese sabio dicho popular: no digas jamás que de este woda nunca beberé.