Cuando nos encontramos con alguien, de forma casual, caminando por una vereda, entrando a un edificio, en el interior de un ascensor, o en cualquier otro lugar o circunstancia, habitualmente saludamos y decimos: ¿Cómo estás? ¿Cómo andas?
A esta pregunta, coloquialmente se le responde con un “Bien ¿Y vos?”
Y allí termina este dialogo formal y supuestamente obligatorio.
Pero en otros momentos. Uno intenta saber con mayor certeza, cómo está la otra persona.
Y pregunta con verdadero interés, intentando, que nos cuente realmente como anda.
Y aquí es donde se abre una puerta muy particular, hacia los sentimientos y sensaciones de las personas.
Todos hemos tenido buenos y malos momentos.
A todos nos tocó estar bien y mal económicamente.
Estar sanos o enfermos.
De que nos vaya bien o mal en el trabajo, con nuestra pareja, con nuestros hijos, o con algún amigo.
Y a todos nos gusta y necesitamos, hablar de nosotros.
Hablar de lo que nos pasa.
Fíjense en una charla normal, a veces, notamos cuando alguien tiene una necesidad imperiosa de contar algo, de compartir lo que siente.
Y no siempre se le da el espacio necesario y suficiente, como para que pueda hacerlo.
Y con el paso de los años, fui aprendiendo como es la gente.
No toda la gente.
Pero, en una gran mayoría.
Cuando te preguntan ¿Cómo estás?, no siempre significa que tengas que contar verdaderamente como estás.
Porque esa pregunta es tan sólo coloquial.
Y cuando quizás insisten, y uno comienza a contar como está, aquí es donde empiezan los problemas.
Porque si estás pasando un buen momento, con acontecimientos positivos, con un buen pasar económico, recién llegado de un viaje internacional, aquel que te escucha, siente una envidia particular y muy personal.
Es una sensación que muy poca gente puede dominar.
Y el que envidia, no es que quiere lo que vos tenés, sino, lo que quiere, es que vos no lo tengas.
Muchas veces he escuchado el comentario: “Con Pepito no se puede hablar. Siempre le va bien. Te anda refregando que tiene dinero. Que su vida es prácticamente ideal. Que es como que no tiene problemas”.
Y a aquellos que le ocurre esto, la gente comienza a tratar de no verlos tan seguido, para evitar la respuesta a la famosa pregunta.
Salvo las personas, que les gusta acercarse a los supuestos exitosos, pensando que, con su sola cercanía, pueda llegar a haber un contagio de su éxito.
Cosa poco probable.
Y cuando a uno le va mal, todo se complica aún más.
Porque muy poca gente se banca escuchar los problemas de los demás.
Y si hablamos de enfermedades, esto es peor.
Porque comentar que te va mal de dinero, que tenés problemas con tu empresa, que tu jefe te trata mal, o que no ganas lo que crees que debes ganar, es algo que a muchos le ocurre, especialmente, cuando se vive en algún país de Latinoamérica.
Pero con las enfermedades es diferente.
Especialmente cuando la enfermedad dura mucho en el tiempo, con tratamientos largos.
Y ni que hablar, si la enfermedad es cáncer.
La gente le huye a la noticia, como si el hablarlo, fuera contagioso.
Y en este caso, ocurre algo similar a lo que comentaba antes, sobre el tema del supuesto contagio.
Me ha ocurrido escuchar en un cumpleaños, cuando alguien se abre a contar sus penurias de una larga y triste enfermedad, que una amiga le diga a otra: “Que deje de hablar de su enfermedad. Ya me cansó. Siempre lo mismo. Estamos en un cumpleaños”.
Triste, pero ocurre.
Y así es, como aquellos que tienen cosas que quieren y necesitan compartir, se callan y no comentan lo que deberían o necesitan
Porque a la gente no le gusta escuchar cosas tristes. Hablar de enfermedades. Que te cuenten de la muerte.
Es como que, al no escucharlas, tienen chances de que a ellos no les va a pasar.
Cuántas veces hemos escuchado en boca de alguno: “No hablo más con Juancito, porque siempre lo mismo. Siempre está mal, siempre tiene algo, siempre está enfermo”.
¿Qué tal?
Lógicamente, quiero aclarar que hay otras muchas personas, que verdaderamente preguntan cómo estás, con un interés genuino.
Y no les jode escucharte, a pesar de que tus dolencias y amarguras, sean muchas y muy grandes.
Son los amigos, los parientes, los familiares, o hasta alguien que poco conocemos, pero que sí, se preocupa por nosotros.
Sé también, que todo este proceder es humano y muy natural.
Pero no quita la molestia de quienes hemos sufrido este trato alguna vez.
Cuando el dolor del otro nos conmueve.
Cuando la tristeza de aquel que nos cuenta algo, nos moviliza.
Cuando vemos como un amigo se apaga lentamente ante la presencia de una enfermedad, y esto nos causa un profundo dolor.
Estamos ante el mayor y más importante sentimiento que existe en esta tierra.
Estamos compartiendo AMOR.
Es bueno e importante pensar en nosotros.
Pero es bello y reparador, poder tomarnos el tiempo, en pensar en los demás.
Si tenés ganas, llamame.
Y te preguntaré: ¿Cómo estás?
Y con seguridad, te escucharé el tiempo necesario.
No hay nada más lindo y reconfortante, que haber aprendido a escuchar.
Escuchar.
Otro acto de Amor.
De Ale Ramirez