Mañana del día 24 de diciembre.
Esta noche es Noche Buena.
Este año toca en casa de los viejos.
Y vendrán todos los que van a todas estas reuniones familiares.
Estarán los abuelos, los padres, los hijos, los cuñados, las tías, los primos, algún vecino, y alguien que al final de la reunión, algunos se preguntan. “Y este, ¿quién es?”
Los 24 de diciembre, son complicados.
Comenzamos a la mañana, revisando las listas de las cosas para hacer.
Quién compra que cosa.
Quién se encarga de tal otra.
Este año, se organizó que cada uno, trae algo.
Las mujeres de cada familia, se encargarán de las comidas.
Y los hombres, de las bebidas, especialmente, las alcohólicas.
“No se olviden de las gaseosas” dice mi madre, tratando de pensar en los niños y adolescentes que estarán en la reunión.
La mesa está puesta en la galería del fondo.
Mantel, servilletas, platos y cubiertos y muchos vasos y copas.
Para que no falten los recipientes donde verter las bebidas espirituosas de esa jornada.
Guirnaldas y luces festivas, anticipan una noche que será más calurosa que la de otros años.
Suena un tema musical navideño, que nadie sabe quién lo puso, pero está bueno para la ocasión.
Cada uno ya está vestido con la ropa que creemos corresponde.
Lindos vestidos, buenos pantalones, vistosas blusas, camisas de vestir y sacos de ocasión.
Los invitados comienzan a llegar.
Los dueños de casa, van recibiendo a las visitas, y a medida que entran, los acompañan a la cocina o a la galería, según lo que hayan traído para comer o beber.
Llegó la tía Beba, con su fuente, repleta de Vitel Toné.
Que, dicho sea de paso, le sale buenísimo.
La abuela, trajo la ensalada rusa, que siempre está muy rica, a pesar de las críticas de las cuñadas, que dicen que le pone demasiada mayonesa.
El tío Pepe trajo un buen vino.
Según él, caro.
Y según mi abuelo, caro, pero poco, porque trajo una sola botella.
Y a medida que van llegando, se van ubicando alrededor de la larga mesa en la galería.
El mujeraje se sienta de un lado y los muchachos del otro.
Cada grupo con su tema.
Las mujeres, hablando de todo lo que se puede hablar.
Especialmente, sobre la minifalda que trajo la novia de Antonio, el tío solterón de la familia.
Lógicamente, la novia de este año, será demasiado joven para él, y vaya a saber a qué se dedica esta chica.
Y los muchachos, hablando de fútbol, política, marca de autos y de señoritas que conocieron o no, en otras épocas.
Y así transcurre la noche.
Siempre algún dardo criticón vuela en el ambiente.
Y será lanzado por alguna cuñada contra alguna otra cuñada.
Pero está la abuela y mi mamá, quienes atemperaran el comienzo de una posible discusión, que habitualmente son absurdas y por temas de ninguna importancia.
Todos comemos hasta más no poder.
Hace calor.
Mucho calor.
Comemos empanadas, lechón, carne fría, vitel toné, ensaladas, inclusive la rusa que hizo la abuela, y terminamos con un helado de tres sabores, bañado en chocolate, acompañado de turrón, garrapiñadas y un buen trozo de pan dulce.
Ese pan dulce, que siempre compramos en la panadería de la esquina y que debemos reservar con semanas de anticipación.
Y habitualmente, al finalizar la cena, alguien comenta: “¿No habremos comido demasiado?”
Antes de que el abuelo se apoltrone en un sillón y comience el concierto de ronquidos en Do menor, alguno levanta una copa y solicita se realice un brindis.
Y aquí es el momento, donde todos nos olvidamos de nuestras diferencias, de nuestros problemas, de nuestros desencuentros.
Porque al levantar las copas, pasan por nuestras cabezas, los recuerdos de aquellos que ya no están.
Porque siempre habrá alguien que no estará, que faltará este año.
Están los recuerdos alegres, rememorando anécdotas graciosas.
Y están los recuerdos que hacen llorar.
Esos que te hacen dividir en pedazos el corazón, y que no te dejan emitir ni una solo palabra que se entienda.
Recuerdos de los que no están.
Recuerdos de los que se fueron.
Ya la música no suena en el parlante, que se quedó sin batería.
La casa, está casi vacía.
Mi madre y mi abuela, intentan poner un poco de orden, en esa larga mesa que fue de Navidad.
Y el abuelo, ya lleva un buen rato, ensayando los ronquidos, en diferentes tonos.
Y me quedo viendo esa postal.
Familia, parientes, amigos, vecinos.
Encuentro de Navidad.
Ojalá, todos hayamos tenido la posibilidad de haber vivido este tipo de reuniones, aunque más no sea, una vez.
Encuentros de sentimientos, amistad, familia, disenso, compañerismo y cariño.
Y de Amor, mucho Amor.
Que es lo que quizás falta, a este loco mundo que nos toca vivir en la actualidad.
¡Salud! ¡Hasta el año que viene!
De Ale Ramírez