Los neurofisiólogos han comprobado que deben transcurrir al menos cinco años desde la pérdida de la visión para que el cerebro adquiera la configuración encefalográfica de una persona ciega.
Esto se debe a que durante ese primer quinquenio siguen funcionando sistemas de neuronas que, bien a través de la memoria o por medio de algún canal, hacen posible la llegada de estímulos a la zona del cerebro encargada de la visión, concretamente a los lóbulos posteriores del cráneo.
Por otra parte, cada persona sueña de acuerdo con su organización sensopercitiva, es decir, dependiendo de cómo reciba los estímulos. Esto es válido también para los ciegos, que recogen las sensaciones a través de otras vías, como el oído, el gusto, el olfato y el tacto. El cerebro reúne la información de donde puede. Así, en una persona ciega de nacimiento, el sueño alberga las mismas sensaciones que cuando está despierta. Puede soñar que juega al fútbol o que está en el campo; pero lo que siente, por ejemplo en este último caso, es cómo la hierba está de húmeda o la fragancia de la brisa que recibe su olfato.
Más problemático es el análisis del sueño de aquellas personas que perdieron la vista hace menos de cinco años, pues pueden recibir durante los períodos oníricos estímulos visuales que probablemente extraen de la memoria. Estas imágenes se van degradando con el tiempo, y pierden color y nitidez como una vieja fotografía. Se ha observado, sin embargo, que cuando se trata de sujetos altamente creativos, éstos llegan a conservar toda su vida ambas modalidades de sueño.