En el campo teníamos una vaca lechera que se llamaba Carlota.
Todas las mañanas, alguien de mi familia iba a ordeñarla.
Bien temprano en la mañana, se la encerraba en el corral, se le ponía una manea en las patas de atrás, y sentándonos en un banquito, poníamos el balde debajo de la ubre y comenzábamos a ordeñarla.
Algunas veces la ordeñaba mi mamá, otras mi papá, a veces alguno de mis hermanos y otras tantas me tocaba a mí.
Todas las mañanas, el que ordeñaba la vaca ese día, traía a la cocina de casa, un balde rebosante de leche fresquita, recién ordeñada. Con ella, mi mamá cocinaba de todo. Tortas, flanes, budín de pan, preparaba el vaso de leche de la tarde y un montón de cosas más.
Carlota y yo, teníamos una relación muy particular. Porque ella entendía lo que yo decía y yo entendía lo que ella mugía.
Todo comenzó en una hermosa mañana de primavera.
Fui hasta el corral como habitualmente lo hacía, la agarré, le puse las maneas y me senté en el banquito para ordeñar.
Comencé con mis tareas, y Carlota feliz me daba leche sin parar.
Entonces, dije: «Que lindo sería tomar un vaso de Coca Cola». La vaca se dio vuelta, me miró y con un Muuuuu bien largo, comenzó a largar desde su ubre; coca cola. Si, como escuchan, empezó a darme coca cola.
No lo podía creer. Una vaca que da coca cola.
Al otro día que me tocó ordeñar a Carlota, estaba en pleno trabajo con mis manos sobre los pezones de la ubre y dije: «Que mañana fresquita. ¡Qué rico sería tomar un vaso de leche chocolatada!»
Rápidamente me miró y con un muuuuuuuuuu más corto que la otra vez, comenzó a darme lechechocolatada.
Y así ocurrió todos los días que yo la ordeñaba. Un día le hablaba de cerveza, y me daba cerveza.
Otro día hablaba de jugo de naranja y me daba jugo de naranja.
Realmente increíble, no?
Un día luego de volver de ordeñar, cuando llego a la cocina de mi casa, y le entrego el balde a mi mamá, al ver que no estaba del todo lleno con leche, me dijo: «¿Ale, que pasa que el balde no está lleno?»
Uf. ¡No sabía que decir!
Si le invento algo, mi mamá se iba a dar cuenta.
Entonces le conté la verdad. Porque a las mamás siempre hay que decirle la verdad.
«Mami, te tengo que contar algo» le dije en tono preocupado.
Y le conté todo, con lujo de detalles, lo que me fue ocurriendo día a día.
Mi Mamá me escuchó atentamente mientras tomaba unos mates.
Sin modificar su rostro y escuchando con una atención poco común, me dijo: «¿Terminaste el relato, hijo?»
«sí» respondí entre asustado y preocupado.
«Bueno, mañana cuando ordeñes a la vaca, por favor, no le hables de nada más que de leche.» Dijo mamá en tono comprensivo.
Y así fue.
Cada vez que ordeñé a nuestra vaca Carlota, no le hablaba de otra cosa que no fuera de leche.
Aunque, entre vos y yo, una vez le hablé de vino tinto.
Y me dio un Malbec espectacular.
Ja!
FIN
Autor: Ale Ramírez
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