El Secreto del Aljibe

El Secreto del Aljibe

En la casa de mi abuela, hay un aljibe.

Se encuentra en el fondo del patio, y está allí desde hace mucho, mucho tiempo.

El Secreto del Aljibe por Ale Ramírez

Los vecinos del barrio cuentan que, si uno habla en la boca del aljibe, el eco repite las palabras que uno dice. Sería un aljibe con eco. Cosa extraña si la hay.

Casi todos los días, los niños de la escuela, algún jubilado y las vecinas que pasaban a hacer las compras en el almacén, le pedían a mi abuela entrar al aljibe y charlar con el eco.

Pero más que una charla, era escuchar como repetía las palabras que el visitante en cuestión decía.

El mecanismo era sencillo. Había que acercarse bien al orificio del aljibe, echarse para adelante, y apuntando con la boca hacia al fondo del aljibe, decir palabras en tono fuerte y firme.

“Hola aljibe” decía sonriente el tintorero de la esquina.

“Hola aljibe” repetía el eco desde el fondo del orificio.

“Qué viva RiverPlate” gritaba un niño de jardín de infantes.

“Qué vivaRiverPlate” repetía el aljibe.

Y así pasaban los días en la casa de mi abuela.

Para ella no era molestia que fuera tanta gente a la casa a “hablar” en el aljibe. Al contrario, le hacían compañía. Tomaban unos mates, y mi abuela los invitaba con pedacitos de pastafrola que ella hacía. Que, dicho sea de paso, ¡le salía buenísima!

Una tarde calurosa de verano, tocó a la puerta de la casa, Natalia, la chica linda del barrio. Ella era una mujer muy bonita y muy tímida. Era tan pero tan tímida, que cuando alguien la saludaba por la calle, bajaba la mirada, no respondía y se ponía colorada. Pobre, pura vergüenza.

Esa tarde entró a la casa y le pidió a la abuela si podía hacer la prueba del aljibe. Que ella era la única de toda la cuadra que no había intentado decir algo y que el eco se lo repitiera.

Lógicamente, la abuela se lo permitió, dejándola pasar al fondo del patio.

Y así ocurrió. Se acercó sola al borde del aljibe, se inclinó hacia adelante, se agarró su pelo largo con una mano y dijo: “Hola”

Del interior se escuchó una voz que dijo “Hola Natalia. Qué lindo que te animaste a venir”.

¿Cómo? ¿Qué había ocurrido? ¿El aljibe respondía esta vez? ¿No era que repetía tan sólo lo que decían?

Entre azorada y sorprendida, continuó charlando. “Bien, aquí vine a probar esto de hablar con un aljibe” dijo Natalia en un tono tímido bastante habitual en ella.

“Pero no estás hablando con un aljibe, estás hablando conmigo” respondió la voz desde lo más profundo del interior del agujero.

Natalia con más sorpresa que antes, preguntó: “¿Se puede saber quién sos?”

“Sí” dijo la voz. “Soy un sapo que habla y me llamo Ernesto”.

Sin creer lo que escuchaba, Natalia salió corriendo por el pasillo que daba a la puerta de salida, y desapareció por la vereda de enfrente.

No pudo dormir en toda la noche.

¿Un sapo que habla? ¿Y se llama Ernesto? Repetía aviva voz el pensamiento dentro de su cabeza rebotando como una pelotita de ping pong.

“No puede ser”, decía.

Pero al día siguiente, al salir de su trabajo en la farmacia, ella tomó la decisión de volver a la casa del aljibe.

Cuando llegó a él, se inclinó hacia adelante, se tomó el pelo largo con su mano derecha y dijo: “Hola Ernesto, ¿estás ahí?”

Sin pasar más de 2 segundos, se escuchó esa voz varonil desde el fondo: “Sí. Acá estoy. ¿Porque te fuiste corriendo ayer? ¿Te asustaste?”

“No” dijo Natalia poniéndose colorada como siempre se pone.

Y esa tarde calurosa de verano, hablaron como casi una hora.

Y este encuentro ocurrió todas las tardes, de todos los días, hasta los sábados y domingos, durante varias semanas.

Y hablaron de todo. De la vida, de las comidas, del fútbol, de los amigos, de la pastafrola y del amor.

Una tarde cualquiera, un poco más fresquita que de costumbre, Natalia llegó a hablar al aljibe y dijo: “Querido Ernesto, estuve pensando. Hay un cuento fantástico que dice que, si a un sapo que habla una mujer le da un beso, se convierte en Príncipe humano. ¿Será tu caso?

“No sé” respondió el sapo con cierta incredulidad.

“¿Querés que probemos?” dijo nerviosa Natalia.

“Dale” respondió Ernesto.

La hermosa mujer introdujo el balde en el interior del aljibe hasta llegar al agua. Allí, el sapo entro en el recipiente, y ella subió el balde hasta arriba.

Tomó al sapo entre sus manos y acercándose bien despacio, le dio un beso.

¿Y a qué no saben qué ocurrió?

(AQUI DEBE RESPONDER QUIEN ESTÁ LEYENDO EL CUENTO)

El sapo saltó de las manos de ella, al agua del interior del aljibe, salpicando la cara de Natalia.

Ernesto, es nada más que un sapo que habla.

Igualmente, Natalia volvió todas las tardes a hablar con Ernesto.

Todos los días, de lunes a domingo, en invierno y en verano.

Sin faltar ni una tarde.

Y se hicieron muy amigos.

Tan amigos como pueden ser, una bella mujer y un sapo que habla.

FIN.

Autor: Alejandro Ramirez

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