En la casa donde viví casi toda mi infancia, teníamos un jardín largo que llegaba hasta una medianera que dividía nuestra casa con el jardín del vecino de atrás.
Allí vivía Don Ramón. No tenía mujer ni hijos. Pero no vivía sólo, tenía a un perro, que de pinta no parecía malo, pero tremendamente grande. Tenía la altura de un potrillo. Al menos así me parecía a mí.
Este perro se llamaba León. Y cuando uno lo veía, no parecía tan león por sus características físicas, salvo por la altura. Era muy grandote.
Cuando pasabas caminando por la calle o te asomabas a la parecita del fondo de mi casa, León venía corriendo con todo, y ladraba y gruñía a más no poder. Y cuando esto ocurría, era tremendo. Te agarraba un susto impresionante. Ver correr semejante perro hacía uno, mostrándote los dientes y ladrando continuamente, era para asustarse y mucho.
Yo creo que León era así, porque estaba todo el día sólo. Don ramón, nuestro vecino, se iba a trabajar muy temprano en la mañana y volvía tarde en la noche. Así que el pobre pichicho estaba sólo todo el día. Yendo y viniendo al frente de la casa para ladrarle y gruñirles a los que pasaban por la calle, o para ladrar y gruñir en el fondo, cuando escuchaba que mi mamá colgaba la ropa o cuando yo jugaba a la pelota con mi primo Tito.
Era una cosa de locos. Cada vez que nos poníamos a jugar a los penales con la pelota, León se acercaba a la pared, y saltando lo más alto que podía, ladraba sin parar.
Todas las veces pasaba lo mismo. Y si llegábamos a asomarnos por la pared, se ponía peor. Algunas veces, mi primo Tito me hacía subir a la pared, haciendo un escalón con sus manos y apenas asomaba mi cabeza, el perro venía corriendo y al llegar ladraba sin cesar. ¡Y los saltos que daba! Era impresionante.
Una tarde del verano, estábamos con Tito jugando a la pelota. «Pin», un pelotazo para acá, «pum», un pelotazo para allá.
Tito era un buen arquero, y me costaba hacerle goles. Ese día, estaba cansado de que me ataje todos mis tiros. Así que dije: «Esta vez le meto un gol seguro».
Puse la pelota en el suelo, tomé carrera unos 2 metros y le pegué lo más fuerte posible. Increíble la velocidad que tomó esa pelota, pero……..también tomó altura. Tanto, que pasó finito al borde de la pared del fondo, cayendo en el jardín de nuestro vecino.
«Huuuuuuu» dijo Tito agarrándose la cabeza.
«Sonamos» dije Yo que era el que había pateado.
¿Que podemos hacer? Pensábamos ambos en silencio.
Tomamos una escalera que tenía mi papá en el fondo y apoyándola sobre la pared, decidimos asomarnos para ver donde estaba la pelota. Lógicamente, debía subir yo porque era el que había pateado. Mientras Tito, me sostenía la escalera.
Nos llamó la atención, que hasta ese momento no se escuchaban los ladridos del perro.
Fui subiendo despacio, escalón por escalón, hasta llegar a bien arriba.
Lentamente me asomo, y veo la pelota ahí nomás. Cerquita de la pared.
Miró para un lado, miro para el otro, y el perro no estaba.
«Qué raro», pensé. ¿Se lo habrá llevado Ramón?
Tito me dice: «Gritá a ver si viene León». Tomando coraje, grité lo más fuerte que pude. Y nada. El perro no venía.
«Quiere decir, que el perro no está» le dije a mi primo llegando a la conclusión bastante correcta.
Entonces, aprovechando que León, por lo visto, no estaba, me cuelgo de la pared del lado de mi vecino y me suelto, dejándome caer al piso.
Y en cuanto mis pies tocan el suelo, siento un ruido parecido a una estampida de búfalos.
Me doy vuelta y veo que el perro viene hacia mí raudamente, ladrando y mostrándome los dientes.
«Mamita querida» dije con un tono de voz entre afónico y lloroso.
Tito que miraba desde arriba de la escalera, se agarraba la cabeza y decía: «Huuuuu».
Comencé a rezar sin saber dónde León me iba a morder. En la rodillita, en un brazo, en una mano o directamente me iba a comer mi cabeza de un mordiscón.
Y cuando estaba a tan sólo 50 centímetros mío, cierro mis ojos, pensando que venía el mordisco, escucho que deja de ladrar, no me muerde y siento un jadeo juguetón.
Abro uno de mis ojos, y veo a León sentado al frente mío, con la lengua afuera y moviendo la cola a una velocidad sorprendente.
Huy, ¿qué pasó? ¡No me mordió! ¡Y ni ladra!pensé lleno de alegría.
Lo acaricie en su cabeza, y el perro con una alegría muy particular, comenzó a saltarme dándome besos.
¡Pobre León!, lo que le ocurría es que estaba sólo, y por lo visto triste y aburrido.
Saltó Tito también de este lado de la pared, y en el jardín de nuestro vecino, jugamos toda la tarde con León.
Cuando vino Don Ramón le contamos y se puso muy contento.
Tanto, que ahora todas las tardes, salimos a pasear a la plaza los tres. Tito, León (el perro) y Yo. Y nos divertimos mucho.
Ahí me di cuenta, que muchas veces las cosas no son como parecen, y que debemos darle la oportunidad a la gente o a los animales, que nos demuestren como son.
Ahora, seguimos jugando a la pelota, pero, los tres en el patio de mi casa.
Yo pateó al arco, Tito ataja, y León ladra, cuando se nos pasa la pelota a la casa del vecino.
FIN
Autor: Ale Ramírez
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