Decorar el árbol navideño con más objetos que guirnaldas o algodón es una tradición que nació, se cree, en el siglo XVII.
Se basó en varias costumbres: una de ellas remite a los germanos, quienes solían «vestir» a los árboles secos y sin hojas del invierno europeo con frutos para que los «espíritus buenos» que habitaban en ellos no se fueran. Otra hace referencia a los primeros adornos, las manzanas, las que simbolizaban el fruto del árbol prohibido del Génesis bíblico. Se sabe que luego fueron reemplazadas por bolas de cristal.
Para los católicos, las esferas simbolizan los rezos que se realizan durante el período de Adviento, y los colores tienen que ver con su naturaleza. Las rojas refieren a peticiones; las plateadas, al agradecimiento; las doradas son de alabanza y las azules, de arrepentimiento. En tanto, la estrella que se coloca en la punta del árbol simboliza la fe que debe guiar la vida del cristiano.
El árbol de Navidad debe poseer entre 24 y 28 esferas, de acuerdo a los días que tenga el Adviento, que se van colocando desde el 8 de diciembre hasta Nochebuena. Cada una debe acompañarse de una oración o un propósito, publicó el sitio web Territorio Digital.
Las luces como adorno encuentran su origen en una idea del protestante Martín Lutero. Según se transmitió entre las generaciones, una noche el reformista caminaba hacia su casa cuando notó que el brillo de las estrellas iluminaba los árboles cercanos. Como quedó encantado con esa escena intentó reproducirla en su casa. Para ello, colocó un pino en la habitación principal y le puso alambres para sostener velas.