Corre el mes de febrero del año 2013.
A mi hermano Guillermo le diagnostican cáncer de pulmón.
En un estado bastante avanzado.
Durante el transcurso de ese año, fuimos testigos de como esta terrible enfermedad, lo fue consumiendo, de la peor manera.
Al verlo así y al tener millones de sensaciones sobre este tema, tomé la decisión de hacerme un chequeo general.
Esos que hoy son tan comunes, donde te hacen todo tipo de análisis, inspecciones, tomografías, resonancia magnética, imágenes y otras yerbas.
Esto fue en noviembre de ese año, teniendo los resultados, justo antes de fin de año.
Y como hallazgos espontáneos, me encuentran un cáncer en el riñón izquierdo y otro en la tiroides.
Fea noticia desde el aspecto de ese hallazgo que, al ser espontáneo, nadie esperaba.
O al menos, yo no esperaba.
Y la primera sensación que tuve, fue de una profunda tristeza y desesperación.
Y de temor.
Mucho temor.
Sentí desconsuelo e irritación.
La reacción natural fue llorar y pensar, porque me ocurría esto a mí.
¿Por qué?
Preguntándome, con la automática sentencia de pensar que, justo a mí, que toda la vida había consumido grandes cantidades de agua, desde edad temprana.
¿Justo voy a tener un tumor en un riñón?
Quizás un pensamiento demasiado básico y sin mucho fundamento técnico.
Parecía una mueca humorística de mi vida.
Esta tristeza, desazón, temor, desconsuelo y demás, lentamente se fue convirtiendo en ganas de querer luchar contra esta enfermedad.
Como siempre fui una persona que intenté tomar al toro por las astas, comencé a recorrer consultorios de diferentes doctores, hasta encontrar aquel que me diera confianza, desde lo profesional y desde la utilización de la última tecnología y conocimiento, para el tratamiento de este tipo de enfermedad y dolencia.
Y este proceso, no fue corto ni sencillo.
Porque a medida que visitaba a cada médico, las sensaciones de temor, susto e inseguridad, afloraban nuevamente dando cabida a diversos pensamientos.
Y por lo general, los humanos tenemos esa rara habilidad de pensar que todo saldrá mal.
Y cuando te hablan de cáncer, tan sólo el sonido de esta palabra, te hace reflexionar sobre todo lo malo que conocemos sobre el tema.
Y creo, que habría que pensar de otra forma.
Nos debemos obligar a pensar de otra manera.
Más positiva, pero siempre real, con cierta certeza, más con los pies en la tierra.
Cuando supe fehacientemente lo que tenía en ambos órganos, comencé a comentárselo a mis amigos y a gente conocida.
Contándole que tenía cáncer y que iban a operarme, primero el localizado en el riñón y luego, que directamente, me extirparían la tiroides.
Y a esta altura del relato, me gustaría hacer un comentario.
Lógicamente, sin ánimo de ofender a nadie ni faltar el respeto.
Al conocer la noticia de que tenía algún cáncer, la reacción casi automática de muchos, fue decir a boca de jarro: “Te va a ir bien. Todo va a salir bien”. “Vas a ver qué vas a estar espectacular”.
Me llegaron a decir frases como: “Conocí a alguien que tuvo lo mismo que vos, y ahora está bárbaro” o “No te preocupes, que todo saldrá bien”.
Y esta forma de proceder de la gente, no hizo otra cosa más que, hacerme sentir como que se estaba minimizando mi situación.
Yo sé que todos lo hacían de buena fe.
Que querían ayudar.
Que querían darme ánimo.
Pero en mi caso, fue exactamente lo contrario.
Tengo la certeza de que aquellos que me hacían este comentario, estaban tratando de darme ánimo, pero yo, sentía como que eran frases vanas y vacías, sin contenido alguno, y mucho menos, técnico o profesional.
¿Cómo sabían que todo iba a terminar bien?
Sentí como que había cierta necesidad de aquel que luego de haber escuchado sobre mi enfermedad, buscaba tratar de sentirse mejor, diciéndome estas frases optimistas a ultranza, pero sin ningún basamento concreto.
Tuve la sensación de llegar a pensar, ¡para que se los conté!
Salvo mi familia, y quizás algún amigo puntual, que en todo momento me acompañaron, el resto de la gente me decían este tipo de frases vacías pero que ellos creían, que me iban ayudar.
E insisto, fue totalmente contrario a lo que buscaban.
Porque el cáncer era mío.
Me estaba ocurriendo a mí.
Y sólo yo, conocía lo que sentía y sentí, en cada etapa de este largo proceso.
A esta altura del relato, algunos dirán:
Pero, ¿que deberíamos haber hecho?
¿Qué es lo que supuestamente era lo correcto?
¿Lo correcto?
No lo sé.
Pero en mi caso, les digo que me hubiera encantado, que cuando se enteraron de que YO tenía cáncer, me hubieran abrazado inmediatamente y me hubieran dado un beso, preguntándome en ese preciso momento: ¿Cómo estás? ¿Cómo te sentís?
Porque lo que verdaderamente yo necesitaba en esas circunstancias, no eran frases optimistas a ultranza.
O comentarios de que, a otros le había pasado lo mismo, pero que ahora estaban bien.
En esos momentos, poco importan los otros.
Poco importan lo que te digan.
Porque esta vez, me está ocurriendo a mí.
Y yo soy yo.
Igual y diferente a otros.
Y quizás, para algunos suene como que estoy haciendo un reclamo.
Alguien recordará que lo dijo y lógicamente, sin darse verdadera cuenta de lo que podía generar.
No quiero hacer sentir mal a nadie.
Lo que quiero es que entiendan y sepan, lo que yo sentí, en esos momentos.
Y quizás, sirva como ejemplo para otras personas, que tengan que pasar por lo mismo.
A pesar de que Yo nunca fui ejemplo de nada.
Pero estas circunstancias que viví, a lo mejor, pueden servirles a otros.
Cada uno vive y siente el cáncer como puede.
Cada uno se apoya en lo que tiene.
Trata de sobrellevarlo de la mejor manera.
Buscando vencer a esta puta enfermedad.
Gracias a Dios, yo lo logré.
Un poco, porque los descubrieron en una etapa temprana.
Otro tanto, por haber encontrado a los profesionales correctos, que hicieron lo necesario.
Y mucho, por haber sentido el amor de mi familia, de Ale, Maxi y Nico, y de amigos incondicionales, que estuvieron a mi lado.
Creo que esto último, fue lo verdaderamente importante.
E insisto.
Si vos alguna vez hiciste esto de esgrimir frases absurdamente optimistas, al escuchar que alguien tiene cáncer, recordá, que al menos a mí, no me hizo nada bien.
Pero no te entristezcas por esto.
Todos alguna vez caímos en ese error.
Lo importante es tratar de que podamos tomar otra posición ante esta enfermedad, y ante aquellos que la padezcan.
Mi hermano Guillermo, falleció a comienzos del año 2014.
En un año, el cáncer terminó con su vida.
Y cada vez que pude, le pregunté como se sentía.
Le pregunté cómo estaba.
Las repuestas, no fueron buenas ni lindas, pero era lo que él sentía.
¿Cómo estás?
¿Cómo te sentís?
Dos preguntas que contienen cierta magia, y que, a mí, me hicieron muy bien.
De Ale Ramírez