Día de invierno en mi ciudad.
Cómo todos los días, camino de aquí para allá.
Yendo y viniendo sin ton ni son.
Ocupado, sin tiempo, corriendo detrás de algo, que quizás nunca alcanzaré.
Llegó a una importante intersección de calles, y me paro a mirar a la gente.
Y los veo caminar, algunos con paso cansino, otros un poco más rápido, pero todos con sus cabezas gachas.
Los miro.
Ellos no me miran.
Presto atención, y veos sus rostros.
No tienen ojos.
Y si los tienen, no tienen nada en su mirada.
Están vacíos.
Presto más atención y encuentro que casi todos, no tienen boca.
Tan solo es una línea sin gesto.
Tan solo una línea recta paralela al suelo.
¿Qué pasa?
Comienzo a preocuparme.
Trato de frenar a alguno de ellos, pero no me ven.
Intento hablar para llamarles la atención, pero no me escuchan.
Me paro de frente, frenándolos, pero no me hablan.
Esquivándome, siguen su camino.
Y las calles están llenas de ellos.
Las avenidas también.
Es gente sin rostro.
Es gente como vos, como yo, como tus vecinos, pero no tienen gesto alguno en esos rostros vacíos.
Quizás es un espejo de lo que sienten en su corazón.
No hay amor.
No hay alegría.
Si hay tristeza.
Si hay desazón.
Camino cuadras y cuadras, buscando algo que haga cambiar las vidas de esta gente.
Nada hay.
No encuentro la salida.
Cuando a lo lejos veo, una luz resplandeciente.
Como las luces de un faro que ilumina el andar de los barcos en el más obscuro de los océanos.
Comienzo apurar mi paso.
Quiero llegar a esa luz, que a medida que me acerco, se hace más insostenible el mirarla.
Y al estar a tan sólo algunos metros de ese resplandor, veo los ojos de ella.
Siendo los únicos abiertos, llenos de vida, llenos de sentimientos.
Me acerco.
Me sonríe.
Extiende su mano y toma la mía.
Sin mediar palabras, comenzamos a caminar.
Hacia allá o para acá.
No importa hacia dónde.
Hacia una vida diferente.
Donde al menos, podamos vernos.
Podamos escucharnos.
Podamos amarnos.
Podamos vivir.
De Ale Ramirez