En el transcurso de nuestras vidas, pasamos frente a muchos espejos.
Desde el primero del día, ese espejo implacable que nos muestra en las mañanas de recién levantado, con los ojitos chiquitos, la cara de dormido, despeinados y con barba de un día.
Esta el espejo retrovisor del auto, que a veces, lo utilizamos para cerciorarnos de que estamos lindos, bien peinados, con el maquillaje en orden, y con presencia aceptable.
Están las vidrieras de los comercios, que muchas veces, hacen de espejos espontáneos, donde nos miramos y encontramos algunos defectos que no teníamos o no habíamos visto antes de salir de casa.
También están, los malditos espejos de los ascensores.
Cuando el viaje es largo, y estamos con otras personas, que habitualmente no conocemos, cada uno se mira, se toca el cuello de la camisa, se arregla el pelo, con cierto apuro y disimulo, para no parecer demasiado egocéntrico.
Está el espejo que no tenemos.
Cuando estamos en algún almuerzo de trabajo o con gente que quizás no tenemos excesiva confianza, luego de comer, sentimos o intuimos que nos quedó verdurita entre algunos de nuestros dientes.
Y en ese momento, no tenemos espejo. Debemos levantarnos e ir a la toilette, para tratar de sacarnos ese verduraje implacable que está feliz de haberse quedado entre dos dientes.
Y en el momento más cruento, de esa lucha entre verdura y humano, siempre entra al baño alguien, quien trata de no mirar, el esfuerzo que hacemos para vencer a la lechuga mal ubicada.
Y existen otros tipos de espejos.
No son de vidrio.
No tienen un film plateado por detrás que hace que nos reflejemos.
Estos espejos, son parte de nuestras vidas, y muchas veces le damos demasiada importancia.
Están los espejos que llamaría “los otros”.
Son quienes viven opinando sobre nuestras vidas.
Que estás gordo, panzón, que sos petiso, que tenés un cacho de cabeza maravillosa, que estás demasiado flaco, que el pelo te queda mal, que sos rubio, que sos morocho, que tenés canas, que te estas quedando pelado, que caminas como un mono, que sos chueco, que tenés ojeras, y todos aquellos posibles defectos o imperfecciones, que otros ven en nosotros.
Y lógicamente, que ellos no ven en sí mismos.
Cuando recibo este tipo de comentarios, trato de no prestarles mucha atención, preguntando si en sus casas, se le han roto todos sus espejos.
Algunas veces, dichos comentarios, están cargados de frustraciones propias, que trasladan hacia nosotros.
La insatisfacción de la gente, lleva a que se hagan estos comentarios hacia otras personas, no por intentar ser críticos honestos y buscando ayudar al otro, sino descargando sus problemas, insatisfacciones y traumas.
“Te lo digo por tu bien. Sabes que te quiero y por eso te lo digo”, frases aviesas, ominosas, que esgrimen estos personajes, intentando quedar bien, cuando esto es prácticamente imposible.
Y hay otros espejos, que para mi son muy importantes, y que muchas veces no vemos.
Destacaría a mis abuelos y especialmente a mis padres.
Fueron para mí, los mejores espejos de mi vida.
En ellos vi reflejadas las virtudes, las enseñanzas, el sentido de amistad, el querer al otro, la responsabilidad, el amor hacia los ancianos, la moral y la ética, el sentido común, la honestidad, la solidaridad, el siempre intentar ser buenas persona, el ser querible, el ser compañero, el ser ayudador implacable.
En definitiva, el vivir la vida en su verdadero valor intrínseco.
El devorar cada soplo de nuestra vida, disfrutando cada momento, cada presente, cada instante, cada sensación, cada segundo de amor.
En ellos me vi y me veo reflejado en la actualidad.
Lógicamente, tuvieron sus errores y equivocaciones.
Tuvieron sus malos momentos y reacciones intempestivas.
Tuvieron sus bajones y situaciones olvidables.
Pero el resplandor de sus limpios y brillantes espejos, siempre son más fuerte que todo lo otro.
Me quedo con esto.
Me quedo con lo bueno, con lo mejor.
Me gustan estos espejos.
Y espero que Dios me dé la habilidad innata e inconsciente, de poder ser espejo de otros.
Al menos, tan sólo una vez.
Al menos, tan sólo con una persona.
Quizás, con vos.
De Ale Ramírez