Suena el despertador bien temprano.
Todos los días, a la hora indicada, suena este aparato del demonio, despertándome para comenzar el día.
Debo ir a no sé dónde.
Pero cumpliendo horario.
Salgo, corro, llego.
Puntual, como siempre.
Almuerzo en tiempo.
Salgo, corro, llego.
Voy y vengo, siempre cumpliendo horarios.
Voy al banco, a la farmacia, a oficinas, a reuniones, al médico, al vivero, a la tintorería, al almacén, al súper.
Voy al gimnasio, para poder cumplir con los parámetros de los espejos de los otros.
Me ducho, salgo, corro, llego.
Voy al psicólogo para que me diga vaya a saber qué.
Pago, salgo, corro, llego.
Esgrimo la frase que todos en algún momento del día, de la semana, de nuestras vidas, decimos: “No tengo tiempo para nada”.
Ceno.
Miró algo en Netflix.
Duermo.
Y pasan las horas.
Los días,
Las semanas,
Los meses,
Los años,
La vida.
Miro mi teléfono mal llamado inteligente, que debería tenerme conectado con todos, y en definitiva, me aleja de todos.
Muchas apps, muchas plataformas, mucho mensajito de texto, mucho saludete por Whatsapp.
Nada del instante importante, nada de una voz en vivo y en directo, nada de comunicación de seres humanos.
Muchos dirán, el llamar y hablar por teléfono, es antiguo.
Ya fue. No va más.
Y ahí freno.
No salgo,
No corro.
No llego.
Y me doy cuenta lo mal que administré mi escaso tiempo.
Pero no el que me queda entre tantas locas responsabilidades, y que muchas asumí, porque yo quise.
Sino el tiempo de mi vida.
Y pienso, las veces que me perdí de decir Te Quiero.
Mi mamá falleció absurdamente joven.
Siendo yo también demasiado joven, cuando esto ocurrió.
Y me di cuenta, que, a pesar de demostrárselo todos los días, muy pocas veces le dije que la quería.
Casi nunca me acerqué, le agarré sus manos y le dije: “Mami, te quiero”.
Porqué yo no tenía tiempo.
Quizás lo iba a hacer mañana.
O pasado.
Pero no tenía tiempo.
¡Qué daría yo tener al menos una oportunidad más de poder verla, y decirle lo que quizás pocas veces le dije!
No sé qué vas a hacer vos.
Pero yo, hoy, utilizaré mi tiempo.
Haré lo que tengo que hacer.
Y si suena tu teléfono, no te sorprendas, si del otro lado, escuchas mi voz.
Y quizás te diga: “Te quiero”.
De Ale Ramirez