Estoy sentado en una mesa, en uno de los mejores restaurantes de la ciudad.
Se escucha la música tenue de un conjunto de cuerdas, interpretando el tema Soledad, del gran autor y músico argentino, Astor Piazzolla.
Esto hace el ambiente mucho más melancólico, que las luces apenas suaves de color tristeza, que abrigan todo el salón.
Estoy tomando algo, esta vez, una bebida con alcohol.
No sé porque pedí un trago, mientras espero.
Miro a mi alrededor, viendo la mayoría de mesas, vacías.
Me atrevo a decir que estoy sólo en ese restaurante.
Ella debe de estar por llegar.
Algunos la esperan denodadamente.
Para otros, su presencia es sorpresiva.
Muchos, no quieren verla.
Ni que se acerque.
Pero esta vez, sin saber porque, tengo curiosidad.
En el fondo del salón, veo su figura esbelta, acercarse al ritmo de una gacela, en el momento de la cacería.
Tiene un vestido de gaza negra, por instantes, pegado a su cuerpo, marcando sensualmente sus formas de mujer.
Por otros, pierde su belleza, siendo un torbellino de tela obscura, que la envuelve, sin poder determinar su figura.
Siento una briza renegrida que me envuelve, sintiendo una abrazadora necesidad de tenerla cerca.
Desde lejos me mira.
Me sonríe, esperando que le haga algún gesto, como para que se acerque.
No sé si pararme, si continuar sentado, si volver a mirarla, o tratar de parecer poco interesado.
Pero tiene algo que me atrae.
Por algún motivo, tanto se habla de ella.
Tanto se ha escrito, sobre su forma de ser.
Hasta ha inspirado obras musicales.
Cuantos literatos han imaginado como sería su encuentro.
Filósofos, investigadores, poetas, psicólogos, y prestigiosos estudiosos de la vida, trataron de saber como es, como se siente, como es estar con ella, que ocurre a su llegada.
A medida que bebo mi bebida, veo que se acerca con cierto paso cansino.
Moviendo sus caderas sensualmente, con una sonrisa acompasada con la música del lugar.
Se acerca a mi mesa, y me extiende su mano.
Quiero abrazarla seducido por su todo.
Pero me resisto tiernamente.
Trato de no mirarla a los ojos, intentando no quedar embrujado por esa mirada.
Ella insiste.
Deja su mano extendida.
Tengo interés de irme con ella, pero creo que no es el momento.
Le pregunto si puedo decidir.
“Hoy sí” me dice en un tono febril y tormentoso.
“La próxima vez, no” afirma, mirándome profundamente.
Raudamente, me levanto de la mesa, y salgo de ese restaurante, intentando no mirar hacia atrás.
Me cuesta no darme vuelta, para verla por última vez.
Pero creo, que, por ahora, es lo mejor.
Se, que, en alguna otra oportunidad, nos volveremos a encontrar.
Y tendré que ir con ella.
No tendré alternativa.
Ella.
Algunos le llaman “El ángel del abismo”.
Otros, “La parca”.
Para mí, es “La Muerte”.
Dios quiera que pase mucho, pero mucho tiempo, para tener que volver a verla.
De Ale Ramirez