Un día de invierno.
Hace muchísimo frío en la nublada ciudad de Buenos Aires.
La sensación térmica baja al ritmo incesante del viento, que hace golpear alguna rama del árbol que está al lado de mi ventana.
Creo haber visto a algún pajarito, pasar volando con una bufanda al cuello.
Es impresionante el frío que hace.
Mientras espero se caliente el agua para hacer el mate, se me ocurre ir a la piecita del fondo.
¿Quién no tiene alguna “piecita del fondo”?
Puede ser el garaje que no se usa exactamente para guardar un vehículo.
Una guardilla en el último piso de la casa.
La habitación esa que nadie la usa pero que van a parar todas las cosas que no queremos tirar.
Al entrar a ella, veo que está llena de cajas, cajoncitos, bolsas, valijas antiguas y todo tipo de recipiente para poder guardar, lo que se te ocurra.
Entro en ese pandemónium endemoniado de cosas, y veo en el fondo, una caja, que tiene escrito en su tapa “Cosas de la casa materna”.
Hace mucho que no abro esa caja.
Es más, no recuerdo cuando fue la última vez que la abrí.
Al sacar la tapa, veo muchas cosas.
Algunas fotos, un CD de música, unas pulseras de metal, unos pañuelos de seda para el cuello, una caja de Sugus Confitados vacía, una birome azuly un libro.
Lo saco desde debajo de todo y veo que es el libro DailanKifki de María Elena Walsh.
Lo levanto y miro su tapa.
Comienzo a ojearlo rápidamente y empiezo naturalmente a recordar su historia.
Es la de un elefante gris que una señora abandona en la puerta de la casa de una familia.
Esta familia lo adopta y allí comienzan todo tipo de situaciones desopilantes y divertidas, con muchos y lindos mensajes, especialmente para los más pequeños.
Era una familia como la de todos, destacándose el hermano Roberto con su frase muletilla: “Estamos fritos”.
Y al tomar el libro en mis manos, rápidamente comenzaron a recorrer mi cerebro cantidad de escenas, situaciones y momentos.
Pero no de la historia de ese libro, sino mías.
Todas las noches, mi madre me leía un capítulo del libro.
Esto ocurría en el living comedor de casa.
Nos sentábamos en un sillón y allí, mi madre leía el libro y yo, sentado a su lado, la escuchaba y miraba embelesado.
Era un acontecimiento que ocurría todas las noches, antes de irme a acostar a mi cama.
Cada nuevo capítulo, era comentado largamente, manifestando nuestras sensaciones.
Y recuerdo la mirada de mi madre, cuando yo intentaba decir algo sobre lo leído.
Era como que miraba emocionada, viendo que día a día crecía un poquito más, un poco más maduro, un poco más grande.
El libro tiene 48 capítulos.
Así que, durante 48 días, los relatos eran novedosos para mamá que leía y para mí, que escuchaba.
Se imaginarán, que el día que llegamos al último capítulo, tuvimos una rara sensación de que se había terminado ese nexo de encuentro entre la vieja y yo.
Y lógicamente, hice lo que hacen todos los niños, propuse que me lo leyera nuevamente.
Y así fue.
¿Cuántas veces me leyó mi madre ese libro?
No lo sé.
Pero al recordar ese momento, vino a mi memoria, todo lo que ocurría.
Sentí las caricias mullidas del sillón, el aire que corría por ese living comedor, la luz tibia de la lámpara que nos iluminaba, el aroma del perfume que usaba siempre mi madre, la mirada de ella, missensaciones y sentimientos.
Con los pasos de los años y yo ya un tipo adulto, mi madre estuvo enferma.
Y luego de cada sesión de quimioterapia, que debía aplicarse cada 15 días, se sentaba en una silla mecedora, en ese mismo living comedor, a tratar de sobrellevar las primeras terribles y olvidables 48 horas del tratamiento.
Y a la noche, yo tomaba una silla y me sentaba a su lado.
Y le leía un libro.
No era DailanKifki,
No recuerdo que le leía.
Pero si recuerdo su misma mirada, cuando esta vez era yo el que leía y ella, la que escuchaba.
No se si le hacía bien o le gustaba, pero creo que me dejaba hacerlo, porque sabía, que no faltaba mucho, para que la vida no nos permitiera repetir esos momentos.
Que lindo es recordar todo esto.
Que emoción siento al recordarlo.
Me estremece el corazón y comienzo a llorar.
Y lo hago de la emoción hermosa que genera esta evocación.
Me quedo con este recuerdo.
Esa tierna voz de mamá, contando lo que le pasaba al elefante gris en una casona de Palermo.
El personaje del libro, llamadoRoberto y su “Estamos fritos”.
El amor que trasuntaese hecho tan simple de leer un libro.
Y es tan sólo un acto de amor.
El más puro.
El más lindo.
El que solo siente una madre para con un hijo y un hijo para con su madre.
En la actualidad, ese libro se encuentra en una mesa de una habitación de mi casa.
Y cuando paso y lo veo, toco su tapa, como detonante de miles de momentos y recuerdos.
Es el poder de un libro.
Es el poder del Amor, en un hecho que era cotidiano y terminó siendo maravillosamente extraordinario.
Gracias Mamá por todo.
Especialmente por esto.
De Ale Ramirez