«Setenta balcones y ninguna flor» de Baldomero Fernández Moreno

«Setenta balcones y ninguna flor» de Baldomero Fernández Moreno

Setenta balcones hay en esta casa,
setenta balcones y ninguna flor.
¿A sus habitantes, Señor, qué les pasa?
¿Odian el perfume, odian el color?

Por Alejandro Ramírez

La piedra desnuda de tristeza
¡dan una tristeza los negros balcones!
¿No hay en esta casa una niña novia?
¿No hay algún poeta lleno de ilusiones?

¿Ninguno desea ver tras los cristales
una diminuta copia de jardín?
¿En la piedra blanca trepar los rosales,
en los hierros negros abrirse un jazmín?

Si no aman las plantas no amarán el ave,
no sabrán de música, de rimas, de amor.
Nunca se oirá un beso, jamás se oirá una clave…

¡Setenta balcones y ninguna flor!


Baldomero Fernández Moreno (San Telmo, Buenos Aires, Argentina, 1886 – 1950) fue un poeta argentino. Su poesía, universal y hondamente nacional al mismo tiempo, ha inmortalizado la estética de los barrios porteños y la cálida placidez de las provincias y sus características rurales. Su soneto más recordado es Setenta balcones y ninguna flor. Cabe mencionar también Una estrella, El poeta y la calle o La vaca muerta o sus libros de poemas Versos de Negrita, Intermedio Provinciano y Ciudad. Su infancia en España y su admiración por Antonio Machado también determinaron su obra, ajena al modernismo en boga. Publica su primer libro en 1915 (Las Iniciales Del Misal) teniendo 29 años. Su obra pertenece al denominado Sencillismo. Murió el 7 de junio de 1950, con 64 años, por un derrame cerebral.
Sus versos son cuidados y sencillos, con toques de pintura excepcional sobre los temas que trata. Llega al lector con la fuerza de las cosas simples, pero hondas. Tenía un especial cuidado de la palabra, una lírica permanentemente emotiva. Supo revelar lo fundamental de aquello que lo rodeaba, buscando el elemento poético que se esconde en ellas. No hacía distinción entre una realidad poética y otra que no lo fuera. Siempre consideró que si el hombre se permite ser poeta, todo lo que mira puede transmutarlo en poesía. Consideraba que podía ser poesía tanto una mata de hierba como una vereda en la ciudad o en el campo, un molino, o las vísceras del cuerpo humano.