En un sentido recto, se emplea cuando alguien se ausenta por unos momentos de la habitación y, al regresar, otra persona ha ocupado su sitio.
Si la recupera por irse durante unos momentos la persona que se la quitado, dirá: y quien se fue a Aragón la encontró. En un sentido más amplio, da a entender que la ausencia puede ocasionar una novedad perjudicial, como la pérdida de un empleo, por lo que se aconseja no abandonar el puesto cuando hay personas que lo desean.
Este refrán está basado en un hecho histórico: durante el reinado de Enrique IV (1454-1474), rey de Castilla, se concedió el arzobispado de Santiago de Compostela a un sobrino del arzobispo de Sevilla, Alonso de Fonseca. Dado que la ciudad de Santiago estaba un poco revuelta, el sobrino pidió a su tío que ocupara él el arzobispado de Santiago para apaciguarlo, mientras él se quedaba en el arzobispado del tío, en Sevilla. Y así fue hasta que Alonso de Fonseca, una vez pacificada Santiago de Compostela, quiso volver a Sevilla. Como su sobrino se negaba a abandonar Sevilla, hubo que recurrir a un mandamiento papal a la intervención del rey castellano y al ahorcamiento de algunos de sus partidarios.