Utilizamos este dicho cuando queremos destacar la fealdad de alguien.
Se cuenta que Francisco Picio, un zapatero natural de Alhendín (Granada), fue condenado a muerte injustamente en la primera mitad del Siglo XIX. Narra la leyenda que estando en la capilla recibió la noticia de su indulto. Fue tal la impresión que recibió que le cayó el pelo, cejas y pestañas y su cara se llenó de pústulas y granos. Su visión era tan espantosa que a partir de entonces se ocultó con un pañuelo para evitar las reacciones de la gente. Murió en Granada excluido por todos, hasta el punto que el párroco cuando fue a darle la extremaunción ató el crucifijo a la punta de un palo para no acercarse a su rostro. Es muy posible que esta explicación proceda más de un relato folklórico que de un personaje real.
Fuente: https://eltrasterodepalacio.wordpress.com/2014/02/14/los-dichos-populares-su-origen-y-significado-i/