Suele decirse que “el papel lo aguanta todo”. Se entiende el sentido de la frase, que expresa bien cómo, en principio, lo que está escrito tiene validez y efecto vinculante entre los contratantes.
Pero la clave está en ese “en principio”. Porque, en determinados casos, al final lo escrito acaba resultando inválido.
Este decir, se suele emplear como respuesta o conclusión en escenarios en los que se discute o se hace valer lo que figura por escrito, dándosele excesiva importancia a un documento o dando por sentada la veracidad de aquello que está escrito. Con ello se quiere decir que sobre el papel se pueden verter todo tipo de opiniones, positivas o negativas, se puede afirmar o negar algo, informar o mentir, halagar o criticar sin que lo que consta escrito deba coincidir necesariamente con la realidad. Se trata de una versión insular del dicho de uso general en castellano «el papel lo aguanta todo», al que se le atribuye un origen histórico singular. La etimología de esta sentencia está relacionada con dos personajes ilustres, el intelectual francés Denis Diderot y la emperatriz Catalina II de Rusia. Se cuenta que Diderot fue invitado a San Petersburgo en 1773 y durante su estancia en la corte ejerció como consejero de la emperatriz por algunos meses. En uno de los encuentros que mantuvieron, tuvo lugar un debate que puso al descubierto las diferencias entre ambos. La emperatriz, aun admitiendo lo acertado de los principios que planteaba el autor francés (que pretendía importar en Rusia las ideas de la Ilustración en un momento en que el imperio afrontaba una rebelión interna), concluyó con esta frase que a la postre se haría célebre: «usted trabaja solo sobre el papel, que se presta a todo; es obediente y flexible y no pone obstáculos ni a su imaginación ni a su pluma». Y fue así (a partir de esta frase: «el papel se presta a todo») que se popularizó la sentencia que hoy conocemos como «el papel lo aguanta todo».