Llegué a la esquina acordada minutos antes de las 8, la noche se sentía agradable, reconocí el lugar, y unos instantes después crucé la calle hacia el elegante bar de la esquina opuesta.
En el, había solo una mesa ocupada por un hombre sereno. En la barra que es alta y de madera estaban todas las banquetas ordenadas, corrí una y mientras me sentaba ordené un café. Empezaba a tomar conciencia de lo que había ido a hacer mientras mi mano sacudía el sobrecito de azúcar, que esta vez fue, solo uno. Mis ojos se quedaron mirando fijo la leyenda del sobre, estaba borroso, claro, mis anteojos no habían venido conmigo hoy. Algo había que llamaba la atención, si bien no me parecen muy poéticas las leyendas de los sobrecitos de azúcar, esta, me estaba diciendo algo.
“No intentar algo por miedo a equivocarse, es como…” la respuesta fue inmediata.
“Yo lo estoy intentando” dijeron al unísono la mente y el corazón.
Este café amigo, fue delicioso.
Mire el reloj y se acercaba el momento, agradecí, pagué y volví a cruzar la calle.
Los siguientes 10 minutos de espera transitaron entre la duda y la certeza, entre el miedo y la paz, pero siempre me acordaba de un cuento y el Alma volvía al cuerpo.
El amigo llegó, dejó su auto mal estacionado e invitó a beber algo.
Mientras caminamos una cuadra hacia el otro bar, le agradecí este encuentro. Entramos, poca gente, la luz era tenue y agradable, me llamó la atención que todas las mesas eran cuadradas, menos, la que nos sentamos nosotros, es redonda y con una vela blanca encendida. Al lado, en otra mesa había alguien sentado, muy cerca, muy cerca de mí y a mis espaldas. Estaba solo y nada tenía servido. Lo sentí, sabía que estaba allí. No me inquietaba. Mi amigo me agasajó con una deliciosa copa de vino Malbec-Merlot con la vieja excusa de que hace bien al corazón, cosa con la que estoy completamente de acuerdo, unos exquisitos trozos de jamón crudo, aceitunas verdes, queso delicadamente regado con aceite de oliva y pan.
Cuando mi amigo sostenía con sus manos la hoja que tiene mi primer cuento y comenzaba a leer, volví a sentir la presencia de él, detrás de mí.
Tomé mi copa, bebí y sentí que el noble vino estaba diferente, ahora su sabor era celestial.
Cuando terminó de leer, seguimos conversando. Unos minutos más tarde el amigo debía irse a trabajar. Se llevó mi cuento entre sus manos con respeto y mi agradecimiento. Dijo al salir -“quedate un ratito para disfrutar esto y después, lo escribís”. Saludó amablemente y se fue.
En ese momento no pude comprender a que se refería, pero me quedé.
Encendí mi pipa y volví a notar que todas las mesas eran cuadradas excepto la nuestra, mientras acomodaba un poco el tabaco en el hornillo de mi compañera, sentí curiosidad por aquella presencia.
Minutos mas tarde decidí que era hora de volver a casa, tomé mis cosas y al salir miré hacia atrás, simulando que algo había olvidado, y en ese instante descubrí con sorpresa que aquella misteriosa mesa era también redonda y con una vela blanca encendida pero estaba vacía.
Miré al mozo buscando una explicación, él, me devolvió una sonrisa cómplice y dijo “a veces pasa”.
Mi pipa y yo salimos del bar, mientras humeaba me invadía una hermosa sensación de tranquilidad y supe en ese instante, que los Ángeles, se sientan algunas noches, en la mesa de al lado.
Por OR COSCO