El colapso del régimen de Bashar Al-Assad amenaza la presencia militar rusa en Siria, un pilar clave de la estrategia de Vladimir Putin en el Medio Oriente; mientras Moscú enfrenta la humillación en este frente, se perfila un posible giro hacia Libia como alternativa para consolidar su influencia en la región
PARIS.– El derrumbe del régimen de Bashar Al-Assad pone sin duda en peligro la dimensión estratégica del proyecto de expansión del líder ruso Vladimir Putin. La caída de la dinastía Al-Assad, fiel aliada de Moscú durante medio siglo, colocó a Moscú en la situación humillante de ver en peligro su presencia militar en Siria, pieza clave desde 2015 para imponer su juego regional en el Mediterráneo.
“Rusia obtendrá una victoria histórica en todos los frentes”, se felicitaba el viernes Maria Zajarova, la vocera de la diplomacia rusa en la inauguración de un monumento al zar Alexander 1°, vencedor de Napoleón. Cuarenta y ocho horas más tarde, una evidencia vino a contradecirla: para Vladimir Putin, el frente sirio donde intervino en 2015 para sostener a Bashar Al-Assad frente a los rebeldes terminó en fiasco total.
Fueron nueve años durante los cuales las fuerzas rusas hicieron todos los esfuerzos para apoyar a ese aliado que se volvió cada vez más incómodo, intentando frenar las oleadas de oposición, al precio de bombardeos asesinos contra la población civil, y esforzándose vanamente en formar y endurecer el ejército del régimen de Damasco. Una intervención rusa posible gracias a los ataques aéreos lanzados a partir de su base aérea de Hmeimin, y abastecida mediante plataforma naval de Tartus, y que finalmente solo habrá ofrecido a Bashar Al-Assad —oficialmente exiliado desde este sábado en Moscú— una simple prórroga.
En 2015, un año después de la anexión de la península de Crimea, que valió a Moscú una exclusión internacional y una primera ola de sanciones, el mapa sirio había permitido a Putin recuperar un lugar de influencia en la escena internacional. Fueron necesarios un largo periodo de usura, la profundización del lodazal sirio y por fin la ofensiva relámpago lanzada el 27 de noviembre por los combatientes islamistas de Hayat Tahrir al-Cham (HTC) para voltear el tablero.
Durante ese tiempo, y sobre todo a partir de 2022, Moscú tuvo que reorientar sus esfuerzos y sus medios hacia “otro teatro”: Ucrania. Por otro lado, el regreso de la guerra en Medio Oriente después del 7 de octubre de 2023 provocó el debilitamiento del otra gran aliado de Bashar Al-Assad: Irán y sus milicias desplegadas en Siria.
“Nos opondremos con todas nuestras fuerzas. Apoyaremos a las autoridades legítimas sirias”, aseguraba el sábado pasado en Doha el ministro ruso de Relaciones Exteriores Serguei Lavrov. Pero, en escasas horas todo cambió.
“Assad ya no está. Escapó de su país. Su protector, Rusia, Rusia, Rusia, dirigida por Vladimir Putin, ya no quería protegerlo”, escribió este sábado Donald Trump en X. Para el presidente electo de Estados Unidos, no hay dudas, Siria perdió todo interés en Siria a causa de Ucrania.
“Rusia e Irán están debilitados, una a causa de Ucrania y una mala economía, el otro debido a Israel y sus combates exitosos. Zelensky y Ucrania querrían lograr un acuerdo y detener esta locura. Conozco bien a Vladimir. Es el momento de actuar. China puede ayudarlos”, agregó.
Por la mañana, mientras los rebeldes penetraban en el palacio presidencial cuyo ocupante desde hacía 25 años había huido, la embajada de Rusia en la capital siria envió un mensaje tranquilizador a sus diplomáticos que no consiguió su objetivo. Entre los principales interrogantes está el del mantenimiento de sus fuerzas y sus bases militares de Hmeimim y Tartus, la mayor presencia militar rusa fuera de su propio territorio. Si bien los efectivos rusos varían constantemente, según estimaciones hay entre 3000 y 5000 hombres en Siria. A veces más, en función de las operaciones.
Moscú consagraba lo esencial de su actividad militar a operaciones aéreas, dejando la acción terrestre a Irán y sus brazos armados. Bombarderos de largo alcance, así como navíos rusos armados con misiles de crucero atacaban regularmente Siria en profundidad desde las aguas del Mediterráneo. El Kremlin contribuía también en la defensa antiaérea siria gracias a sus sistemas S-400, S-300 y Pantsirs, así como con medios de guerra electrónica.
La semana pasada, a medida que se prefiguraba el derrumbe del régimen de Damasco, informaciones no confirmadas oficialmente anunciaban un retiro de las capacidades navales de la base de Tartus y el nombramiento de un nuevo comandante de las fuerzas rusas, el general del ejército Alexander Chaiko, 53 años, para reorganizar el dispositivo. También hubo rumores sobre la llegada, reciente, de mercenarios del Afrika Corps, sucesor del grupo Wagner, que había sido desplegado en Siria a partir de 2016.
“Tarde o temprano, Moscú se verá obligado a dejar Siria y sus bases en ese país y, después de la humillación, buscar otra forma de mantener su presencia en la región. Es impensable que Putin renuncie al objetivo estratégico de un acceso de su país a los mares calientes, como siempre llamaron al Mediterráneo. Un objetivo instalado en la geoestrategia rusa por el zar Alexander III a fines de 1800″, analiza Galia Ackerman, historiadora y especialista del mundo ruso.
Para Nicole Grajewski, experta del Instituto Carnegie, “teniendo en cuenta la situación, Moscú intentará primero adaptarse, en vez de retirarse. Por ejemplo, entablando negociaciones con Turquía, apoyo de los islamistas del HTC”.
Para los occidentales los acontecimientos rusos demuestran la debilidad del régimen de Putin, incapaz de combatir en dos frentes simultáneos y abandona a sus mayores aliados con tal de mantenerse en Ucrania. Para el ministerio de Relaciones Exteriores ucraniano, este fracaso “debilitará en forma significativa el expansionismo ruso” en Medio Oriente.
Por su parte, los oficiales rusos se abstienen de comentar los tropiezos militares de Moscú. Pero los comentaristas expresan su inquietud.
“Debemos hacer algo por nuestras bases. Son de una importancia estratégica fundamental. No solo por la presencia rusa en Medio Oriente, sino también por la logística africana (hacia los países del Sahel)”, estimó Serguei Mardan, un influyente presentador de la televisión estatal rusa.
Sin Siria, ¿cuál sería entonces para Vladimir Putin la mejor opción para conservar la presencia militar rusa en la región?
“Su plan B bien podría ser Libia. Esta desbandada siria permite imaginar una recomposición de la situación en ese país del norte de África”, opina el general Vincent Desportes, ex director de la Escuela de Guerra francesa.
Hace un tiempo, el este de Libia, bajo control del clan Haftar padre e hijo, hizo un pacto con el régimen ruso para asegurar su poder a cambio de una mayor presencia de soldados rusos. Ubicación estratégica de primer orden, sobre el Mediterráneo, Libia es además la puerta de entrada del Sahel. Tanto, que en el último G7, los ministros de Relaciones Exteriores hicieron una declaración común, “deplorando las actividades perjudiciales de Rusia en Libia, que socaban su soberanía y la seguridad regional”. Llamaron también a “la inmediata partida de combatientes extranjeros y mercenarios”.
En todo caso, en el puerto libio de Tobruk, los rusos construyen en este momento las premisas de una base naval. El material se dirige después al centro del país, una parte sigue hacia Níger y hacia el Chad. Moscú quiere consolidar un verdadero hub que alimentará sus ambiciones en África, desde Malí hasta África Central y asegurará a sus naves militares una presencia frente a las costas europeas.
Para el geopolitólogo Frédéric Encel, “un repliegue total hacia Libia sería un auténtico giro en la reconfiguración de la región. Sobre todo porque Donald Trump, que asumirá sus funciones en enero, escribió el sábado pasado: ‘Ese no es nuestro conflicto’”.
Por Luisa Corradini
Fuente Lanacion