La exvicepresidenta intervino las sedes partidarias de Salta y Misiones, y prorrogó la de Jujuy; crece la crispación en los bloques, pero por ahora se descarta una ruptura; la frialdad de los gobernadores
Como jefa nacional del Partido Justicialista (PJ), Cristina Kirchner busca acallar a los rebeldes y alinear a la dirigencia pronista detrás suyo. Pero su afán de disciplina choca con la realidad: la tropa ya no le responde como en los viejos tiempos y sus decisiones generan crispación. Las últimas dos intervenciones partidarias que motorizó en Misiones y Salta, así como la que prorrogó en Jujuy, profundizaron la atomización de sus bloques en el Congreso. Aún nadie habla de ruptura, pero la cohesión ya es solo una apariencia.
Tres grandes tensiones recorren al PJ. La primera es la creciente tirantez entre el interior y el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA), donde reina el kirchnerismo con La Cámpora como principal fuerza. En una de las últimas reuniones de Unión por la Patria en Diputados, el chaqueño Juan Manuel Pedrini estalló: dijo estar “podrido” de que la agenda del partido la dicten Buenos Aires y la Capital Federal, mientras las provincias quedan relegadas. No era un berrinche aislado. El santafesino Roberto Mirabella llegó a la misma conclusión y optó por irse del bloque a fin de año.
El segundo foco de conflicto es la incomodidad de muchos dirigentes con el discurso de Cristina Kirchner. Le reprochan exigir dogmatismo en lo ideológico, mientras que en lo práctico se muestra flexible cuando su conveniencia política lo demanda. “Es un manoseo absoluto”, sentenció un senador del norte, que reconoce estar al borde del portazo. En voz baja, otros comparten la misma frustración: les resulta difícil oponerse a proyectos del Ejecutivo con amplio respaldo social, como las modificaciones al régimen de reincidencia o las herramientas penales contra el crimen organizado. “La gente nos marca las contradicciones y después pagamos el costo político”, admite otro legislador.

El cuadro se completa con la frialdad de los gobernadores peronistas que ya dejaron en claro que jugarán su propio juego. Algunos rompieron con el PJ sin matices, como el tucumano Osvaldo Jaldo y, antes que él, Gustavo Sáenz (Salta) y Hugo Passalacqua (Misiones). Otros conservan una pertenencia formal, pero tejen lazos con Javier Milei. El caso más evidente es el de Raúl Jalil (Catamarca): sus legisladores siguen en Unión por la Patria, pero se despegan cuando conviene. En el mismo sentido, aunque con mayor sutileza, se mueve Gerardo Zamora (Santiago del Estero). Ricardo Quintela (La Rioja), Sergio Ziliotto (La Pampa), Gustavo Melella (Tierra del Fuego) y Gildo Insfrán (Formosa) avanzan con cautela. La lógica es clara: preservar su territorio por encima de cualquier alineamiento partidario.
En ese contexto de dispersión, la disputa entre Cristina Kirchner y Axel Kicillof ya no es novedad. La expresidenta no digiere el desafío explícito de su exprotegido y busca correrlo de la escena, pero el gobernador bonaerense amaga con plantar bandera, amparado en el respaldo de quienes lo ven como una “renovación” dentro de un PJ sin aire
“Juegan para perder”
Las intervenciones partidarias que promovió el kirchnerismo colmaron la paciencia de los sectores más desencantados. La senadora jujeña Carolina Moisés rompió electoralmente con el PJ en su provincia y amaga con impulsar su propio armado. Sin embargo, seguirá dentro del bloque. “No mezcla lo partidario con lo legislativo”, explicaron cerca suyo.
Los defensores de las intervenciones argumentan que las autoridades desplazadas traicionaron las consignas de Unión por la Patria para jugar con el oficialismo. Pero los disidentes devuelven la acusación: creen que Máximo y Cristina Kirchner desordenan el PJ para garantizar su propia centralidad. “Juegan para perder”, contraatacaron. Señalan el caso de Santa Fe, donde Marcelo Lewandowski, excandidato a gobernador, terminó fuera del espacio tras meses de desgaste kirchnerista. “Lo cansaron”, dice un referente peronista de la provincia.
El interrogante es cómo se reacomodará el peronismo para las próximas discusiones clave en el Congreso. El jefe de la bancada de Unión por la Patria en el Senado, José Mayans, aseguró el año pasado que contaba con 25 votos para rechazar a ambos candidatos a la Corte Suprema. Incluso, en noviembre, entregó un escrito al jefe de Gabinete, Guillermo Francos, con el compromiso de los entonces 33 senadores kirchneristas (hoy 34) de bajar al recinto para vetar cualquier pliego impuesto por decreto.
Pero la política se mueve más rápido que los documentos. Tal como anticipó LA NACION, hoy hay al menos una decena de senadores peronistas dispuestos a votar a favor de la candidatura de Ariel Lijo para integrar la Corte Suprema, incluso si asume por decreto. Algunos calculan que podrían ser hasta 14 los que se despeguen. De ser así, el rechazo al pliego del juez federal quedaría en manos de un núcleo menguante de entre 16 y 20 legisladores.
El peronismo sigue unido en los papeles, pero la fractura es inocultable. Por ahora, nadie rompe. Pero cada vez menos responden.
Por Delfina Celichini
Fuente Lanacion