Dos de las prendas inseparables e indispensables del gaucho argentino fueron el cuchillo y el rebenque. Pero debemos agregar a esta lista a las boleadoras.
Estas, además de ser utilizadas como complemento en la estructura de los recados, era un utensilio de trabajo y un arma genuinamente criolla. Los primeros en usarlas fueron los indios tehuelches, araucanos y patagones. El gaucho argentino las adoptó luego de ver como los aborígenes las utilizaban. Las boleadoras son bolas unidas con tientos retorcidos que se arrojan a gran distancia. Las primeras boleadoras que se conocen son la llamada «bola loca», «bola pampa» o » bola perdida». Esta era una sola bola que unida por un metro de tiento doble, se revoleaba hasta largar una punta del tiento y la bola salía despedida a gran velocidad, llegando a distancias importantes, y generalmente con muy buena puntería por parte de quién la arrojaba. A veces los indios peleaban con esta arma, sin soltar el tiento, revoleándola alrededor de su cuerpo, como defensa personal, evitando que nadie se le acerque. El indio las confeccionaba con una pesada piedra redonda, a la que se le hacía una caladura de donde se sujetaba el tiento doble. Las boleadoras de dos bolas eran para cazar avestruces y las hacían utilizando dos bolas chicas de igual tamaño, llamadas «laques». No eran retobadas y se unían con ramales de cuero o venas de avestruz de unos dos metros de largo. En la actualidad las boleadoras se utilizan muy poco y solo como deporte o para demostración. Principalmente porque avestruces silvestres hay muy pocos, y se trata de no utilizarlas para cazarlos, para evitar lastimaduras y quebraduras al animal. Recordemos que el paisano y los aborígenes utilizaban las boleadoras para capturar a los avestruces con el solo objetivo de sacarle las plumas, Luego se los volvía a dejar en libertad. Hoy esto se realiza cercándolos con alambrados. Se realiza el desplume y luego se los deja libres nuevamente. Otro tipo de boleadoras son las de tres bolas. que servían para capturar cuadrúpedos (animales de cuatro patas). Una descripción real fue realizada por Francisco Muñiz en 1846 cuando decía: » las boleadoras están formadas por tres piedras gruesas como un puño, forradas de cuero y atadas a un centro común con fuertes cuerdas de lo mismo, de más de una vara de largo. Las usan tomando la más pequeña llamada manija, y haciéndola girar sobre la cabeza, las otras dos voladoras las despiden a las patas de los caballos o vacas que quieren enredar…» En esa época se usaban para capturar animales chúcaros. Ya sea caballos o vacas, corriendo el lógico peligro de que el animal que era boleado en sus manos o patas sufriera una quebradura. Con esto el animal ya no servía para su objetivo, porque si era un equino la intención del paisano era domarlo y usarlo para andar. En cambio en el caso del vacuno, muchas veces se lo capturaba para matarlo y consumir su carne. También era bastante común, que la boleadora se utilizara para cuando se perseguía a alguien a caballo. El perseguido corría el riesgo de que su perseguidor utilizará las boleadoras para lograr frenar la carrera del caballo. Imaginemos a un caballo y jinete, que huyen a toda velocidad, que les puede llegar a ocurrir si las boleadoras llegan a las patas del animal en cuestión. Generalmente el caballo cae sobre su cabeza (maneado ) y el jinete volaba por encima del equino, cayendo pesadamente sobre el suelo. Las historias cuentan de que los más hábiles en el andar a caballo, al ocurrirles una boleada, caían de pie corriendo sobre sus piernas, y de esta forma esperaban a los que los perseguían para continuar con una lucha a facón y rebenque.
En las boleadoras tradicionales, por lo general las bolas eran de piedras, retobadas en cuero. En la actualidad se ven lujosas boleadoras con sus bolas hechas en marfil con retobos calados en plata.
Las boleadoras se utilizaban como arma de caza (para avestruces, ñandúes, caballos o vacas ) o como arma de defensa personal. Cuando se salía a cazar avestruces, por lo general el paisano llevaba varias boleadoras a la cintura, y además debajo del cojinillo (cuero de oveja) en el recado. El gaucho que boleaba no se detenía luego de arrojarlas, sino que sacaba otras y seguía tras otro animal. Generalmente en las boleadoras ataban lanas rojas o amarillas para poder localizarlas fácilmente en el caso de errar la boleada y así poder recuperarlas. En las zonas del país donde las piedras son de difícil obtención, el paisano se las ingenió para suplir esa carencia. Utilizaba dos cabezas de fémur partidas a la mitad, que luego unía con el cuero. En la provincia de Buenos Aires es común ver a los paisanos que utilizan a las boleadoras como adornos en los recados, poniéndolas en la cabecera de los bastos.
También se las utilizan solamente como adorno en el propio recado, con mayor razón si las boleadoras están armadas con detalles de plata y oro.