En el campo siempre existió «el día del amasijo». Este día es el dedicado a amasar pasteles, biscochos, pan, etc y es el día que se enciendo el horno de barro.
El amasijo se le llama a la harina humedecida con leche o agua, y que es amasada. Antiguamente el pan se hacía en las mismas estancias y para cocer ese amasijo se fabricaba un horno de barro o ladrillo de forma abovedada. Este horno tiene una abertura grande que se la llama «boca». Arriba del horno existe un orificio de tamaño menor a la boca que se le llama tronera, que se utiliza para darle salida al humo. El horno de barro se carga por la boca, se le prende fuego y una vez que esta bien caliente, se limpia todas las brasas para meter el amasijo. Esto que bien observó el escritor Don José Hernández se lo hizo decir a uno de sus personajes aquello de: «… los viejos como el horno, por la boca se calientan». Para saber cuando el horno está con su temperatura a punto para proceder a colocar el amasijo o lo que sea, se debe meter por la boca un papel seco. Si este se prende fuego casi enseguida, es que el horno tiene la temperatura justa. En la antigüedad se aprovechaba el encendido del horno realizando diferentes sabrosas comidas. Primero se hacían y cocían las empanadas, luego el pan y por último se metía la carne. Lógicamente no se cocinaba todo junto, sino que era por etapas y por el calor del horno. Cuando estaba cocido lo primero se sacaba y se agregaba lo siguiente. Generalmente la carne -chivitos, corderos o lechones- se los ponía en el horno al final para que la cocción se realizara lentamente y durante varias horas. Estos platos eran verdaderos manjares culinarios. En la actualidad se pueden llegar a degustar lechones y chivitos al horno de barro en alguna provincia de la Argentina.