Según la Real Academia Española, una serenata es una interpretación musical en la calle o al aire libre, durante la noche, para festejar a alguien.
Todos hemos visto alguna película, serie u obra de teatro, donde un enamorado, en horario de la noche, se acerca al balcón de la persona amada y acompañado por un grupo de músicos, interpreta su mejor versión, de alguna canción bien romántica.
La canción puede ser de cualquier tipo, pero en su letra, debe resaltarse la demostración de amor hacia la persona a la que se la está dedicando.
Es como una frontal, desnuda y verdadera declaración de Amor.
Pueden ocurrir dos cosas.
Que salga la agasajada al balcón, escuche toda la canción, y al finalizar baje e invite al interprete y sus músicos a tomar algo al interior de la casa.
Esto sería un final feliz.
Pero también puede ocurrir, que al balcón salga la futura suegra o suegro, con un balde o palangana, llena de agua, tirándosela al improvisado cantor.
Algunos de los que estén escuchando o leyendo este Podcast, seguro dirán: “Una vez, Yo dí una serenata” o quizás digan: “Yo tuve la oportunidad de que me dedicaran una serenata”.
Ambas situaciones hermosísimas, cargadas de sentimiento, energía, celebración, ilusión, y mucho Amor.
Y a pesar de no tener, “tantos” años, yo puedo afirmar: “Una vez, dí una serenata”.
Cuando era joven, participaba de un grupo musical, siendo uno de los cantantes del conjunto.
Tocábamos en un establecimiento que recibía turismo internacional.
Y también tuvimos épocas, que salíamos a tocar en clubes y peñas.
Especialmente los días 10 de noviembre, fecha que se celebra el Día de la Tradición. (Refiriéndonos en la Argentina).
Yo estaba enamorado de una persona.
Me encantaba hablar con ella.
Me escuchaba y me contaba cosas de cuando tenía menos años.
Nos dábamos esos abrazos que deberían ser eternos, cargados de amor y sentimiento. Esos abrazos calentitos, que uno no quiere aflojar el apriete, para que no terminen nunca.
Y a pesar de que ella sabía cuanto la quería, quizás nunca se lo había dicho frontalmente.
Cosas de la vida.
Y por sugerencia de uno de los músicos, organizamos ir una noche a la ventana del dormitorio donde dormía, para cantarle una serenata.
La canción la practicamos mil veces.
A pesar de que era uno de los temas que siempre tocábamos con el conjunto.
Pero esta vez, tenía que ser diferente.
Tenía que ser excepcional.
Nos paramos debajo de esa ventana, el guitarrista principal y con voz de mando, dijo: “Serenata” y comenzaron los primeros acordes.
Al transcurrir tan sólo algunas estrofas de la canción, se abrió la ventana y salió ella a mirarnos.
Estaba sonriente pero se la veía, emocionada.
Vestía una bata de noche, abrigándose el cuello con una chalina bien española.
Por suerte, no salió nadie a corrernos con un balde con agua.
Al finalizar el tema, nos invitó a pasar a la casa, y disfrutamos de alguna bebida espirituosa, con diálogos imperdibles, anécdotas de todo tipo, y relatos risueños.
Fue una noche diferente.
Fue una noche mágica.
Para mí, que fui el que dí la serenata y para ella, que la escuchó y recibió con tanta emoción.
Al finalizar el encuentro, nos fuimos retirando.
Los músicos con sus instrumentos ya en cada estuche, y yo último, para dar ese saludo final.
“Mami, sabes que te quiero mucho. Por eso esta Serenata” le dije con la voz entrecortada.
“Ya lo sé hijo. Me encantó y espero, que puedas dedicarme alguna otra” respondió mi madre con su voz ya cansada por las altas horas de la noche.
Ella ya no estaba bien.
Con un largo, tedioso y agresivo tratamiento de quimio, estaba intentando vencer a esa puta enfermedad, llamada cáncer.
Pero ese mismo tratamiento, día a día iba mellando completamente toda su salud.
A todo su ser.
Pero esa noche, la ví sonreír como hacía mucho tiempo, que no la veía.
La imagen la tengo grabada en lo más profundo de mi corazón.
Con su bata y chalina española, asomada al balcón, esgrimiendo una sonrisa maravillosamente linda.
No hubo otra serenata.
La vida no nos dio esa oportunidad.
Pero pude hacer algo, que tendré siempre atesorado en mi memoria.
Le dedique una serenata a la persona que más amaba en ese momento.
Al menos, pude hacerlo.
Agradezco a Dios esta oportunidad y poder recordarlo con alegría, cuantas veces quiera.
Las veces que se me ocurra.
Cierro mis ojos, y veo que estamos a los pies de ese balcón.
Mis músicos y yo.
“Serenata” dice uno de los músicos con una particular voz de mando, y comenzamos el tema musical.
Y espero, que nuevamente, se abra esa ventana.
Ale Ramirez