Nuestros compañeros animales no están exentos de sufrir problemas de salud, y conocerlos y saber evitarlos y combatirlos es una prioridad para su bienestar.
Parece evidente que la vida de nuestros perros es mucho más cómoda y sencilla que la de los lobos. Sin embargo, la domesticación les ha acarreado una serie de desventajas que se manifiestan en forma de enfermedades. Cuando la selección natural es reemplazada por las prioridades, gustos y caprichos de quien cría los perros, aparecen una serie de cambios genéticos capaces de obligarnos a acudir al veterinario con nuestras mascotas.
La genética y la endogamia
La domesticación del perro ha pasado por etapas en las que el hombre, recurriendo a la endogamia, ha reducido el número de lobos y perros de los que descienden los más de quinientos millones de perros que se calcula que existen en el mundo. Junto a los genes que regulan rasgos que los criadores juzgaron en su momento como positivos, había otros genes que favorecen la aparición de alguna de las dolencias más frecuentes que sufren. Así, al elegir para la cría a los perros con menos agresividad o con el tamaño y color que más nos gustaba, sin saberlo, también seleccionamos a aquellos más susceptibles a enfermedades respiratorias, obesidad o displasia de cadera. De hecho, hay estudios que muestran que las razas más populares no tienen por qué ser las más dóciles. Eso sí, suelen ser las que más enfermedades hereditarias padecen.
Al proceso de generar una gran población a partir de un número pequeño de progenitores se le denomina en biología cuello de botella y puede favorecer la existencia de variantes genéticas perjudiciales para el desarrollo y la salud. Uno de los cuellos de botella mejor estudiados es el que se produjo hace unos doscientos años, cuando se aumentó enormemente la selección de los perros que acabaron dando lugar a todas las razas que hay en la actualidad. Eso sí, esto no se produjo en aquellos perros de África o Asia que no son de ninguna raza concreta y que proceden de las primeras poblaciones de perros domesticadas por el hombre. Los estudios genéticos muestran que la endogamia es mucho mayor tanto en los perros de razas puras, como en los que llamamos mestizos que, aunque no sean de una raza concreta, sí que provienen de la mezcla de las razas que se empezaron a crear a partir de la Revolución Industrial.
El caso más conocido de los problemas que causan la endogamia y los gustos de criadores y dueños es el de las razas de perros de cara plana (braquicéfalas). Comparados con los lobos, estos perros no tienen hocico, cosa que les acaba provocando graves problemas respiratorios, en los oídos, así como afecciones oculares. No solo eso, la tremenda cantidad de pliegues de su piel facilita la dermatitis y favorece las infecciones tanto de hongos como de bacterias. Para que seamos conscientes de la severidad de estos defectos sobre su salud, baste notar que viven entre cuatro y cinco años menos que otras razas de perros. Por eso, a nivel europeo, los veterinarios ya empiezan a recomendar que no se críen ni se compren este tipo de perros. Es más, en Noruega y los Países Bajos han ido un poco más allá y, para evitar los padecimientos que les esperan a todos ellos, ponen ya muchas trabas a la cría de razas como el bulldog inglés.
Sin llegar al caso extremo de los bulldogs, en razas de perros grandes como los pastores alemanes o los mastines es muy frecuente que a partir de los cinco o seis meses el crecimiento de los huesos no se sincronice bien con el fortalecimiento de los músculos. Generalmente, esto acaba desajustando la articulación entre el fémur y la cadera, que se desgasta excesivamente y que, con el tiempo, acaba causándoles dolores e incluso cojera. Esta dolencia tan típica es conocida como displasia de cadera y es, en gran modo, hereditaria. Curiosamente, algo muy parecido pasa con la displasia de codo: sea cual sea la raza, la probabilidad de que un perro la padezca aumenta según disminuye la variabilidad genética de su raza.
En el caso de los lobos, es casi imposible encontrar estos problemas ya que la selección natural ha penalizado la reproducción de cualquier predador que no sea capaz de correr en condiciones óptimas. Obviamente, los humanos solemos tratar bien a nuestras mascotas y aunque cojeen seguirán teniendo cachorros, quienes también sufrirán estos problemas en sus articulaciones. No por eso solemos dejar de cuidarles.
Problemas derivados de la dieta
Es precisamente en la alimentación donde se encuentra uno de los cambios más curiosos que la domesticación ha causado sobre los lobos que hemos convertido en mascotas. Mientras el lobo es un animal netamente carnívoro, los perros tienen una serie de genes que les permiten digerir hidratos de carbono como el almidón. El almidón se encuentra en alimentos que comemos a diario, pero que a un lobo le causarían problemas intestinales: trigo, arroz, patatas… A los perros sí que se los podemos dar y eso nos permite reducir su consumo de carne, que es más cara y difícil de conseguir. No vamos a negar que preferimos comernos nosotros el filete y dejarles a ellos los mendrugos.
Pero los cambios en la dieta de los perros suelen venir también acompañados de cambios en su estilo de vida. Al igual que nosotros, nuestras mascotas se han hecho más sedentarias y con mucha frecuencia encontramos en las clínicas veterinarias perros obesos que desarrollan, al igual que sus dueños, las típicas enfermedades favorecidas por la acumulación excesiva de grasa. Ningún zoólogo es capaz de imaginar a un lobo de la zamorana sierra de la Culebra con diabetes, hígado graso o las arterias llenas de colesterol. Eso sí, cualquier veterinario te puede decir la cantidad de dueños a los que tiene midiendo los gramos de comida que le da a su perro cada día. La obesidad es un problema al que casi todos los dueños se tienen que enfrentar en algún momento. Alrededor de la alimentación de los perros encontramos uno de los estudios científicos que mejor reflejan cómo, seleccionando una característica positiva, favorecemos unas variantes genéticas perjudiciales que ni siquiera sabíamos que existían.
Los perros de raza labrador son de los más fáciles de entrenar, por eso se utilizan tanto para guiar a personas invidentes o en labores de rescate. Siempre se les ha considerado muy inteligentes y han sido un sujeto de estudio bastante lógico para buscar genes que regulan características favorables en nuestras mascotas. De forma sorprendente, los estudios genéticos no han encontrado genes relacionados con la inteligencia o el aprendizaje. En esta raza, lo que se han secuenciado son algunas variantes de genes que hacen que estos perros no se sacien fácilmente. Dicho de otro modo, por mucho que coman siempre van a tener un poco más de hambre. Pero ¿cómo, seleccionando animales dóciles y con gran capacidad de aprendizaje, acabamos teniendo individuos que siempre quieren comer más? Al entrenar a los perros con recompensas en forma de comida, ahora nos parece evidente que lo que se estaba haciendo era seleccionar a los perros más dispuestos a seguir entrenando y obedeciendo. Aquellos a los que les gustaba comer más, iban a pasar más tiempo haciendo exactamente lo que quería su entrenador. ¡Y con más ganas!
Ni que decir tiene que en su capacidad de aprender estaba escondido su gran apetito y, por tanto, el alto riesgo de engordar que tienen los labradores. De ahí que los veterinarios recomienden a los dueños que sean muy cuidadosos con su alimentación. Sobre todo si no quieren que sus perros acaben teniendo problemas de diabetes, padeciendo enfermedades cardiovasculares e incluso sufriendo cáncer de hígado o de mama. Otro tipo de tumores malignos como los linfomas o los mastocitomas son mucho más frecuentes en las razas de perros que tienen un mayor grado de endogamia. Los motivos de la alta frecuencia de estos tumores son todavía desconocidos, aunque los genetistas tienen claro que mezclar razas puras con individuos mestizos llega a aumentar en algo más de un año la esperanza de vida de los cachorros. Es lo que veterinarios y ganaderos llaman vigor híbrido: aumentar la fortaleza de la descendencia corrigiendo la endogamia de una raza.
Actualmente, ya sabemos que la mayor endogamia lleva a que las variantes perjudiciales de los genes se puedan dar tanto en el gen proveniente del padre como en el de la madre. Y cuando las dos copias de los genes funcionan mal, las probabilidades de que aparezca la enfermedad genética son muy elevadas. Ahí está el motivo de que muchas de las dolencias más comunes en los perros no aparezcan en los lobos.
Otros problemas heredados
Una de las enfermedades hereditarias más comunes puede que sea la formación de piedras (cálculos) en el aparato urinario. Aunque afecta a multitud de razas, es especialmente frecuente en los dálmatas. Los perros de esta raza tienen un defecto genético que les impide eliminar el ácido úrico en su hígado y, como a los pacientes con gota, se les va acumulando en la sangre y en la orina. Lamentablemente, el ácido úrico no es muy soluble y acaba precipitando en forma de cálculos a lo largo del aparato urinario. Los problemas que pueden causar estas piedrecitas en el tracto urinario van desde una simple irritación hasta el bloqueo total de la circulación de la orina, lo que causaría la muerte del animal. Por ello, con esta y con las otras razas con tendencia a la formación de cálculos hay que ser más cuidadosos de lo habitual. Necesitan una dieta especial que genere poco ácido úrico y tener agua siempre disponible. No solo eso, es más que recomendable que el veterinario controle cada 6 meses el funcionamiento del aparato urinario.
Pero los problemas de salud hereditarios de los dálmatas no acaban ahí. Tanto ellos como los san bernardo o los cocker tienen muchas posibilidades de quedarse sordos. No está todavía claro el motivo, pero la degeneración nerviosa que causa la sordera es más frecuente en perros de coloración blanca. Para que nos hagamos una idea, casi el 30 % de los dálmatas la sufren, aunque muchas veces solo se ve afectado uno de los dos oídos. Por ello, a los dueños de este tipo de razas se les recomienda que a partir de las dos semanas de vida, cuando los cachorros empiezan a oír, observen con atención cómo responden a los sonidos que no causan vibraciones fuertes. Obviamente, aquello que genere el sonido no puede estar en el campo visual de nuestra mascota.
No todo es tan terrible
Si has llegado hasta el final de este texto y tienes la sensación de que la domesticación del perro ha supuesto un perjuicio en su salud, desengáñate. En el mundo apenas quedan unos doscientos mil lobos salvajes y, en libertad, no suelen vivir más que seis u ocho años. Independientemente de la cantidad infinitamente mayor de perros frente a lobos, su calidad de vida es generalmente mucho mayor. A pesar de que conviven con una especie algo caprichosa respecto a lo que espera de ellos, a cambio, los humanos les suelen dar alimento, cobijo y cariño. Además, con cierta frecuencia les llevan cuando lo necesitan ante la presencia de unos profesionales especializados en su salud: los veterinarios. Creo que los más de quinientos millones de perros que hay en el mundo estarían de acuerdo en que la domesticación ha sido una buena estrategia evolutiva.
Fuente: https://www.muyinteresante.com/mascotas/64926.html