Desde muy chiquitos, nuestros abuelos, padres, hermanos, vecinos, maestros, conocidos, amigos y todo aquel que tenga algún contacto con nosotros, nos enseñan muchísimas cosas.
A veces hablándonos y educándonos adrede, y muchas otras, con su ejemplo, con su forma de ser, por como se muestran ante nosotros.
La sociedad en sí y al vivir en ella, nos marca caminos, conductas, formas de ser y de vivir.
Estas supuestas reglas de convivencia, no siempre están escritas, pero las adquirimos con el paso del tiempo, cuando desde muy pequeños nos muestras que se puede hacer y que no.
Como debemos comportarnos ante tal o cual situación.
Esto es lógico que ocurra, porque en toda sociedad organizada, deben existir esas reglas de conducta, para ser seguidas, y de esta forma poder convivir en armonía y orden.
Pero fuera de todo aquello que aprendemos en nuestra edad temprana y luego, durante toda la vida, hay muchas cosas que nos enseñan o adquirimos, que nos hacen cambiar gustos, sensaciones, reacciones y respuestas.
Hasta los 2 años de edad, todos mantenemos intactas la inocencia, la sorpresa, la ilusión, la esperanza, la espontaneidad, la ingenuidad.
Ya al entrar al jardín de infantes, o quizás antes, en los paseos por la plaza con mamá, papá, o quien nos lleve, comenzamos a descubrir otras cosas, al empezar a relacionarnos con nuestros pares de edad, sexo, y “tamaño”.
Es normal que los niños muy pequeños, cuando tienen un juguete, no quieran compartirlo con otro.
En esos momentos, los adultos comenzamos a ponerles fichas a las criaturitas, diciendo que debe prestarlo, que hay que compartir, que debemos ser generosos con nuestras cosas.
¿Está mal, que un niño no quiera prestar su juguete?
¿Está mal que lo quiera solo para él?
¿Considerando, que ese juguete es suyo?
Al ir escribiendo este relato, automáticamente, busco el significado de dos palabras en el diccionario.
Simpatía: Sentimiento, generalmente instintivo, de afecto o inclinación hacia una persona o hacia su actitud o comportamiento, que provoca encontrar agradable su presencia, desear que las cosas le salgan bien, etc
Manera de ser y actuar de una persona que la hacen atractiva y agradable a las demás.
Empatía: Participación afectiva de una persona en una realidad ajena a ella, generalmente en los sentimientos de otra persona.
Todos tratamos de ser simpáticos y empáticos.
Muchas veces cuesta lograr esto, ante algunas personas, que desbordan mala onda, mala vibra, amargura extrema y agresividad innata.
Pero esto es algo que aprendemos desde pequeños.
Y a partir de esos momentos, todos comenzamos a moldear nuestra forma de ser, pensando que es lo mejor, para nuestra inserción en la familia, en el colegio, en la facultad, en la iglesia, en el trabajo, en definitiva, en la sociedad que nos toque vivir.
Y lentamente, vamos perdiendo esas características que antes indicaba, que tienen todos los niños hasta los 2 años de edad.
Mientras van pasando los años, y si somos medianamente inteligentes, nos vamos dando cuenta, que hay muchas cosas que no tenemos porque tolerar, ni aguantar, ni dejar pasar por alto.
Esto de pensar dieciocho millones de veces que debemos decir o hacer, ante una persona o grupo de personas, analizando cual podría ser la reacción del otro o de los otros, ante nuestros dichos, es terriblemente agotador.
¿Por qué no llorar ante el kiosquero de la esquina, cuando pedimos los Sugus que comíamos en la infancia?
¿Por qué no llamarle la atención, al colectivero que nos apura y se enoja con nosotros, porque no funciona bien la tarjeta SUBE?
¿Por qué no emocionarte, cuando una niña te regala su más sincera sonrisa?
¿Por qué no reír a carcajadas, cuando alguien se tropieza en la calle?
Estos son tan sólo, algunos ejemplos, de situaciones que uno no reacciona espontáneamente.
Algunos viven una vida que no es la que querían vivir, y luego de largas sesiones de terapia psicológica, lo descubren.
A veces, ya muy tarde.
La sociedad nos impulsa a pensar, que no se puede decir NO.
Me ha ocurrido alguna vez, que alguien me pregunte algo, y que yo espontáneamente, diga que no.
Por ejemplo: ¿Vamos al cine esta noche?
Ante la respuesta negativa, automáticamente surge del otro lado: “Que mala onda”, ¿Que te pasa que no querés ir al cine?, ¿Estas mal?
Y si te hacen una pregunta, generalmente, tiene al menos, dos respuestas.
Si o no.
Pero si respondés, lo que el otro no quiere escuchar, es cuando se pudre todo.
Ante la pregunta: ¿Qué te pasa?
Pienso y digo: “Pasar, no me pasa nada”.
Es que aprendí a decidir, de acuerdo a lo que siento y quiero hacer, sin tener que dar largas y quizás falsas explicaciones.
Y aquí aparecen las dos palabras antes descriptas: Simpatía y empatía.
En la vida vamos recorriendo nuestro camino, pasando y sintiendo diferentes procesos y circunstancias.
Al tener más cantidad de años, comenzamos a comprender, que debemos hacer más lo que a uno le gusta, que lo que la gente espera de nosotros.
Y no hablo de salir desnudo a la calle, o que se “nos escape” un gas ante la presencia de los jefes del trabajo, o que empujes al viejito que está tratando de cruzar la calle.
Hablo de poder tomar decisiones cotidianas y habituales, con la frescura y espontaneidad, de un niño.
Siempre y cuando, estas decisiones estén dentro de las cosas que nos hacen bien, que nos alimenten, que nos hagan sentir plenos.
Seguro que, a esta altura del relato, algún psicólogo, dirá que lo que yo estoy hablando, es que la personalidad es una máscara que nosotros mismo generamos, para intentar tapar lo que somos, ocultar nuestros sentimientos, tratar de que no nos vean vulnerables, ocultar las situaciones irresueltas, etc, etc.
Con el paso del tiempo, también aprendí, que me hace super bien, llorar, cuando tengo ganas de llorar.
Y lo hago donde sea y delante de quién sea.
Al escuchar una obra musical, al ir al teatro, ante alguna escena de alguna película, ante las sensaciones que me genera la muerte, ante la tristeza de otros, ante la sonrisa de mis hijos, ante el abrazo de alguien que quiero, ante algún recuerdo que se instala en mi memoria, ante la vida misma.
También aprendí a decir que no.
No lo hago, no lo quiero, no voy, no me gusta.
Es sanador, poder decir que No, a las cosas que no queremos o que no nos gustan.
También, me di cuenta, que de vez en cuando, hay que reaccionar, de alguna forma.
Muchas veces, estas reacciones, a los ojos de los psicólogos, sería violencia de una ira contenida.
No hablo de violencia física, sino “parase de manos” ante alguien y decir lo que creemos que debemos decir.
“Frenarle el carro”, se diría en el campo.
Una reacción a tiempo, acorta el camino a futuros problemas, y libera endorfinas.
Desde siempre, aprendí, que un arma fundamental en mi vida, es el sentido del humor.
Mucha gente cree que hay situaciones, en que no es el momento, ni las circunstancias, para tener sentido del humor.
Qué no se debe.
Que queda mal.
¿Quién lo dice?
¿Hay un Código Social de humor y risas?
A muchos les encanta catalogar al humor.
Humor verde, humor negro, humor trágico, humor blanco, humor incorrecto, humor que no se debe hacer, y así infinidad de definiciones.
Y todos esos humores, son sobre circunstancias de la vida misma, que todos vivimos, que todos sentimos.
Siempre me reí de mí.
Siempre me sentí muy bien, cuando pude reírme de mí.
Esto resulta raro para muchos, porque a algunas personas, les cuesta reírse de sí mismos.
Es mucho más sencillo, reírse del otro.
En los peores momentos de mi vida, pensé, dije, hice o manifesté cosas con una importante carga de sentido del humor, sin considerar, quienes me escuchaban.
En definitiva, aprendí a ser quien soy.
Cómo soy responsable de lo que hago, de lo bueno y de lo malo, lo hago a mi manera, con mi forma de ser, tratando de sentirme bien.
Y lo hago, porque para mí, Yo soy el más importante.
Yo soy yo.
Igual, similar y distinto, a cada uno y a todos.
Me quiero mucho.
Amo mi ser.
Soy muy importante para mí.
Con el paso del tiempo, fui recuperando aquello que fui perdiendo durante los años de mi vida.
Al fin entendí, que es, lo importante de la vida.
Entendí la finitud del ser humano.
Aprendí que la muerte es parte de la vida.
Y que, si no aprovecho cada momento, cada instante, cada sorbo de aire, soy demasiado tonto y no entendí todo lo que he vivido.
Que esta experiencia que da el vivir, no me sirvió de nada.
Basta ya.
Es el momento para comenzar a andar un camino más acorde a lo que somos, a lo que queremos, a lo que sentimos
Está en nosotros, descubrir, cual es ese camino.
De Ale Ramírez