Amistad por Ale Ramírez

Amistad por Ale Ramírez

Tarde de domingo.
Frío en la ciudad de Buenos Aires.
El sol, calienta más que lo que la temperatura dice.
Paseo lentamente en una de las tantas plazas que tiene esta hermosa ciudad.

Los niños corren detrás de una pelota, que va más rápido que ellos.
Veo a una joven madre alzando a su bebé, que, con su llanto, le pide que lo levante y abrace.
Los abuelos juegan a las bochas, discutiendo en cada tiro, por la cercanía o no, al esquivo “bochín”.
Dos perros juegan y juegan y no se cansan de correr y saltar.
Y en uno de los tantos bancos de esta plaza, veo a un niño y una niña, sentados mirando hacia ningún lado.
Me llama la atención que los dos, están en el más profundo silencio.
Están agarraditos de sus manos.
Se lo ve tranquilos, conectados. Imbatibles.
Son amigos.
Amistad.
Según la RAE, la define como “Afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato.
Para mí, es todo eso y mucho más.
Recuerdo que cuando tenía cinco años, entré a la salita verde del jardín de infantes.
Era el primer día. Mi mamá me dijo: “Ahora vas a quedarte aquí. Pero no te asustes, no vas a estar solo. Estarás rodeados de niños, acompañado por las maestras y te vas a hacer de muchos amigos, y así podrán jugar juntos”.
Mientras veía como la figura de mi madre se alejaba por el pasillo del colegio, los niños jugaban con algarabía, como no importar que ninguno nos hubiéramos visto antes.
Al entrar al aula, nos fuimos sentando en las pequeñas sillas, alrededor de mesas llenas de alegría y de colores.
A mi lado, se sentó una niña, de grandes ojos marrones, con el pelo largo, muy largo.
Ella también extrañaba a su mamá. Tanto o más que yo.
Las maestras trataban de ordenar esa “primera clase”, que por momentos era un pandemoniun de gritos, corridas, llantos y ruido, demasiado ruido.
Pero a pesar de todo eso, yo sentía que la niña y yo, estábamos solos en esa alegre e iluminada aula del jardín de infantes.
“Hola, me llamo Ale” dije como para romper el hielo.
“Soy Maria Elena” me respondió ella, con su voz cargada de dulzura y ternura.
El silencio que sentíamos tan sólo nosotros, nos daba la sensación de que estábamos protegidos frente a la locura alegre de los demás niños.
La miré a sus ojos y le pregunté: “¿Querés ser mi amiga?”.
“Sí” respondió con una sonrisa que parecía tener más dientes que lo que cualquier ser humano puede tener.
Ese día, volví a mi casa, y lo primero que le dije a mi mamá, fue: “Tengo una amiga”.
Y fueron pasando los días.
Jugábamos a la mancha, al poli-ladrón.
Cuando yo jugaba al fútbol con mis compañeros y ella saltaba al elástico, nos mirábamos a la distancia, como queriendo asegurarnos de que cada uno, estuviese bien.
Compartíamos la merienda, nos prestábamos los crayones, charlábamos de los dibujitos que habíamos visto en la tele antes de ir al colegio, nos mirábamos, nos entendíamos, nos preocupábamos el uno por el otro.
Una tarde, salíamos al patio, y María Elena me tomó de la mano.
Sin soltarla, miré nuestras manos entrelazadas, la miré a sus ojos y le dije: “Mará Elena. Nosotros somos amigos, no novios”.
Y esta amistad duró muchos, muchos años.
Al recordar todo esto, unas lágrimas comienzan a recorrer mis mejillas, mojando las teclas de las letras A y L del teclado de la computadora.
No es tristeza.
No es extrañeza.
No es dolor.
No es añoranza.
Es sentir “la amistad”.
En el transcurso de nuestra vida, vamos haciéndonos de amigos.
En el colegio, en la universidad, en el trabajo, y en otros ámbitos distintos.
Algunos se fueron, otros los hemos perdido, otros se encuentran en algún otro plano que no es el terrenal.
Están aquellos que hace tiempo no vemos, pero sabemos que están, y están “los nuevos”, que día a día tenemos las posibilidades de conocerlos.
A la amistad hay que cuidarla, abrazarla, mimarla, arroparla y alimentarla.
La amistad es un maravilloso ejercicio del corazón, que no nos hará adelgazar, sino todo lo contrario. Nos llenará la panza de amor, cariño, ternura, dulzura y compañerismo.
Bien dice la letra de la canción de Alberto Cortez:
“Cuando un amigo se va
Queda un espacio vacío
Que no lo puede llenar
La llegada de otro amigo”.
Porque los amigos son únicos, diferentes, especiales, singulares, inimitables.
El amor de amigos es la pureza misma.
Es la inocencia a todo vapor.
Es la esperanza a ritmo de rock.
Es la ternura de la mirada de aquella madre alzando a su bebé.
Qué lindo es tener amigos.
Agradezco a Dios, el haber tenido y hoy tenerlos.
Y agradezco por los amigos que serán.
Los espero con ansías, con mi corazón lleno de amor.
Amor del bueno. De aquel que no cotiza en ningún mercado bursátil del mundo.
El amor desinteresado que hace tan bien al otro y a nosotros mismos.
Y nuevamente, resuena con fuerza en mi mente, aquella frase, de cuando tenía 5 años, y le dije a esa niña de grandes ojos marrones y el pelo largo, muy largo.
¿Querés ser mi amiga?”

Ale Ramirez.