La gente de campo

La gente de campo

Viven y trabajan en zonas rurales, más allá de las dificultades y los conflictos.

El gaucho
La palabra gaucho se usó en las regiones del Plata, Argentina, Uruguay, y Brasil, (aunque allí la palabra es gaúcho) para designar los jinetes de la llanura o pampa, dedicados a la ganadería. Aunque se han propuesto muchas etimologías, no es claro todavía el origen de esa palabra. Una de las más populares es la que hace derivar a gaucho de «guahu-che», que en araucano significa «gente que canta triste».
Fruto de la mezcla de sangres española e indígena, comenzó a forjar su original personalidad en las primitivas vaquerías de la colonia. Allí aprendió a desempeñar las tareas de ganadería con singular destreza y fundió su cuerpo con el de su inseparable compañero: el caballo. Pasaba la mayor parte de su vida sobre el lomo de su pingo, por eso siempre detestó la agricultura, que lo obligaba a estar de pie.
Su indómito valor lo convirtió en uno de los pilares de la emancipación americana. Fue pastor en los tiempos de paz y soldado en tiempos de guerra.
La extensión de la llanura pampeana fue la que terminó de moldear su conducta. Es independiente, de vida errante y costumbres sencillas. Esa libertad con que enfrenta la vida le traería aparejados muchos disgustos. Por mucho tiempo se lo marginó, llegándole su reivindicación con el paso del tiempo, al punto de convertirse la palabra gaucho en sinónimo de rectitud de carácter y nobleza de corazón.

La china
La China fue el nombre que le dio el gaucho a su mujer amada. Su ocupación consistía en el cultivo del maíz, sandías y cebollas. Horneaba el pan, y usaba el mortero para pisar o moler el charque, el maíz o el trigo.
Criaba a los chicos y tejían los «ponchos» de sus compañeros.
La vestimenta de estas mujeres consistían en una camisa de algodón, enagua y grandes chales; a veces también un vestido suelto y escotado, generalmente llevaba el pelo atado con dos trenzas.
Al igual que los hombres, las chinas gustaban fumar y montaban a caballo tan bien como ellos.

El baquiano
Era un «mapa ambulante» de aquellas regiones difíciles o poco exploradas. Conocía como nadie el terreno, por eso recurrían a él los militares para que los guiaran en sus campañas.
En su libro «Facundo», Domingo Faustino Sarmiento dice de él: «El baqueano es un gaucho grave y reservado que conoce veinte mil leguas cuadradas de llanuras, montañas, bosques. Es el único mapa que lleva un general para dirigir los movimientos de su campaña. Un baqueano encuentra una sendita que hace cruz con el camino que lleva; él sabe a qué aguada remota conduce. Si encuentra mil, él las conoce a todas. El sabe el vado oculto que tiene un río. En lo más oscuro de la noche, en medio de los bosques o en las llanuras sin límites…»

El capataz

El Capataz era la persona encargada de la labranza y administración de un establecimiento de campo, sea estancia, chacra.
Este hombre conocía la labor del campo, en los corrales, en el rodeo, a caballo o a pie.
Frente a su peones debía dar el ejemplo de honradez, amor y cordialidad a su familia y a su trabajo, haciéndose respetar para que le obedezcan y cumplan sus órdenes.
Se designa también capataz en el arreo de tropa.

El chasque
El «chasque» o «chasqui» -voz quichua que significa mensajero-, era el nombre que se daba en la pampa a los jinetes que llevaban mensajes o correspondencia de una a otra región. Con su destacable velocidad recorría los grandes bosques y las calcinantes arenas, llevando la urgencia de las comunicaciones con discreción.
Este hombre fue el precursor del correo moderno en la campaña argentina.

El domador

Un oficio que ha trascendido en el tiempo es el de domador. La figura recia del gaucho en la lucha pareja con el potro es aún protagonista en nuestra tierra.
Antes de efectuar la doma debe atar el potro al palenque, cepillarlo, bañarlo, acariciarlo. Luego hacerle sentir el peso del recado y, finalmente, montarlo. Los corcovos, las corridas desenfrenadas, algún revolcón, son parte de la doma. Sin dañarlo, con habilidad y coraje, el domador convierte al indómito potro en su mejor amigo: el caballo.

El estanciero
Otro gaucho que, por su posición económica, se diferenciaba del gaucho normalmente conocido como tal, era el estanciero. Un hombre tan diestro como sus peones en las tareas del campo, y vestía como él, aunque con lujo. En el campo usaban un chiripá de paño de poncho, ricos chalecos, sombrero de anchas alas y un pañuelo que cerraba una camisa de amplio cuello. Cribado fino, botas de confección y espuelas de plata, y a menudo llevaban el cabello largo, atado con una trenza llamada coleta.
Así tenemos a Urquiza, y a Rosas, de quien se dijo «era el mas gaucho de los gauchos».

El marucho
El «marucho» era la persona que tenía a su cargo el cuidado de los bueyes o mulas cuando se acampaba para comer, dormir o durante los días de mal tiempo, en los que las tropas no marchaban por el estado defectuoso del camino.
Como se trataba de un trabajo liviano, el «marucho» solía ser un muchacho, iniciándose así en la dura vida del tropero.

El mayordomo

Era el gaucho encargado de administrar estancias y de él dependía la explotación del campo. Por esta razón, debía ser justo en el cumplimiento de sus deberes.
Este hombre debía ser el primero en levantarse por las mañanas y hacer cumplir sus órdenes al capataz. No sólo dirigía a los peones sino que también conocía muy bien las faenas del campo, como la piala, la doma, la yerra.
Frecuentemente recorría los puestos de noche vigilando el campo y ahuyentando a los rateros.

El payador
El gusto por las demostraciones de habilidad del gaucho incluían la del payador. Acompañado de una guitarra cantaba casi recitando coplas que improvisaba sobre cualquier tema propuesto. Cuando se encontraban dos payadores, se establecían duelos de payadas, en la que uno trataba de vencer al otro, y que se prolongaban según la habilidad de los intérpretes. Es la payada de contrapunto.
Fue fuente de inspiración para el poeta Rafael Obligado, en la concepción de su célebre personaje Santos Vega.
Sarmiento describió así al payador: «El cantor no tiene residencia fija. Su morada está donde la noche lo sorprende. Su fortuna, en sus versos y en su voz».

El puestero
El Puestero es el peón que vigila un puesto de la estancia, pudiendo ser el dueño de una majada de ovejas o cuidándolas a medias o al tercio, es decir, que le corresponde la mitad o la tercera parte de la lana y las crías obtenidas en el transcurso del año.
Los puesteros fueron la primera familia agraria argentina,eran hombres con familias para que estuvieran mas sujetos al puesto. Si se le daba a un soltero era con el compromiso de que constituyera familia, ya fuera casándose como Dios manda, o robándole la mujer a algún vecino.

El pulpero
Se llamaba así al gaucho que atendía una pulpería. La mayoría de éstos hombres tenían muy poca instrucción.
El pulpero no sólo vendía vino, comestibles y toda clase de bebida blanca, sino también que en invierno despachaba café.
Durante el verano se ponía tras el mostrador en mangas de camisa, sin chaleco, con calzoncillos cribados y chiripá de sábana o de alguna tela liviana; algunas veces usaba medias y chancletas.
El pulpero atendía a los sirvientes que concurrían en busca de lo necesario para la casa, como yerba, azúcar, o a los que concurrían a comprar bebida, que tomaban allí mismo.

El rastreador
Era experto en encontrar animales y hombres perdidos, robados o fugitivos. Para ello «leía» con suma astucia las huellas dejadas en la tierra y alrededores. El podía descubrir en una simple huella, cosas que nadie podía ver a simple vista. Fue eficaz auxiliar de la policía por su asombrosa facilidad para identificar personas desconocidas.
El General Lucio V. Mansilla, en su libro «Una excursión a los indios ranqueles» dice: «… no sólo reconocen por la pisada si el animal que la ha dejado es gordo o flaco, sino si es tuerto o no…»

El resero
Era el tropero de Entre Ríos y Corrientes. Su misión era apartar las reses y conducir luego la tropa. De reses y de tropa derivan sus nombres.
Eran tan andariegos que se decía: «Llegar no es, para un resero, más que un pretexto de partir».