La sal en nuestros alimentos

La sal en nuestros alimentos

Los productos cárnicos y sus derivados, los farináceos, los lácteos, las sopas, los aderezos y las conservas que se produzcan en la Argentina contendrán entre un 5 y un 18% menos de sal en forma progresiva para reducir el consumo de sodio, uno de los principales factores de riesgo de la enfermedad cardiovascular

El presidente de la sociedad científica señaló que gracias a este tipo de medidas, “se van a reducir significativamente en diez o veinte años la incidencia de eventos cardiovasculares, tales como la muerte por infartos de miocardio, ataques cerebrales y otras”, y felicitó por el acuerdo “al Ministerio de Salud y a los ideólogos de este proyecto”.

La presencia de sal en los alimentos se debe a dos funciones principales: realzar su sabor y conservar el alimento. Pero la industria alimentaria añade también a sus productos otras sustancias que contienen sodio, como los aditivos, ya sea con fines conservadores, estabilizantes, emulgentes, espesantes y gelificantes, o como potenciadores del sabor o edulcorantes.

Pero deviene necesario incorporar una cantidad suficiente de sal a nuestra dieta, porque facilita la digestión, ayuda a mantener el nivel de líquidos corporales, permite la transmisión de impulsos nerviosos, la actividad muscular y la adecuada absorción de potasio, y, además, compensa las pérdidas producidas por el exceso de sudoración, vómitos y diarreas.

Las dos principales fuentes de exceso de sal en la alimentación son los alimentos con conservantes y el agregado de sal en la cocción y en el plato al comer.

Hemos de convencernos de que el gusto por la sal es adquirido y, por ello, es del todo posible modificarlo, educarlo. A medida que se ingiere menos sal, la preferencia por lo salado también disminuye. Sólo hay que dar el primer paso, animarse. Para ello pueden servir las siguientes sugerencias.

  • Comer más alimentos frescos, que contienen menos sodio.
  • Reducir drásticamente el consumo de los más ricos en sodio.
  • Ojo con el pan, es una fuente considerable de sal. Quienes acostumbran ingerirlo en grandes cantidades, deberían plantearse el paso al pan sin sal.
  • Reducir el empleo de sal cuando cocinamos: cocinemos los alimentos sin apenas sal y dejemos que cada comensal agregue la cantidad que desee al final.
  • Reducir el empleo de salsas como mayonesa, mostaza, salsa de soja o ketchup, sustituyéndolas por guarniciones con menos sal: pimientos, patatas, verduras…
  • Si se come fuera, pida que le sirvan comida con poca sal, y que las salsas y aderezos se presenten aparte, sin mezclar con el alimento principal del plato.
  • Recurra a las cocciones al vapor: al no existir un medio con el que el alimento entra en contacto, no hay cesión de sustancias sápidas a dicho medio, y se conserva mejor el contenido natural del sodio en origen del alimento, por lo que se acusa menos la necesidad de añadir sal.
  • Utilice hierbas y especias para condimentar sus platos. No se trata, en este caso, de prescindir la sal, sino de usarla en menor cantidad. En hortalizas y verduras puede usar perejil, albahaca, cebollino, comino, pimienta, zumo de limón. Con carnes y pescados combinan muy bien pimienta, pimentón, ajo fresco, ajo y cebolla deshidratados, así como zumo de limón y vinagre. Si se emplea aceite de oliva virgen y vinagre, se encubre un poco la falta de sal.
  • Tenga siempre a mano productos bajos en sodio.
  • Emplee sal de bajo contenido en sodio (contiene la mitad de sodio que la sal común), sal de cloruro potásico (carece de sodio y se ha de emplear tras el cocinado, porque si no, se vuelve amarga) o la sal marina que, por su sabor más acentuado que la sal común, permite emplear menor cantidad para sazonar las comidas.