Anís

Anís

El anís aterrizó en las mesas civilizadas de mano de un filósofo y escritor que puso su augusto intelecto a traducir la primera fórmula.
Y como bebida «tres chic» lo tomó la monarquía europea más cursi.

Para uso de menesteres tan privados como especiales, las cortesanas, celestinas y demás sabias le hicieron sitio en su «nécessaire».
De hecho, no hay ningún tratado de recetas afrodisiacas que se precie donde no aparezca el anís, bien sea su semilla o/y su licor.
Por eso y por otras cuantas virtudes más, en la España del siglo XIX, no había ningún rincón donde no se respiraran los vahos estimulantes y terapeúticos del anís hecho licor o aguardiente. Pues aquí, su consumo masivo sólo fue comparable al de los enginebrados londinenses de la Era Victoriana.
Si se utiliza el anís, la mujer recupera a su marido. Así da constancia un manuscrito musulmán del siglo XI. Es introducido en el epígrafe, en romance, de las «tornamaritos», especie de plantas que «tanto si obraban por virtud puramente mágica, como si lo hacían por sus bienhechoras virtudes físicas» siempre conseguían el fin deseado, el retorno: «habiendo sido rehusada la mujer a causa de su mal aliento, éste quedaba enmascarado o desvanecido mascando la planta».Asimismo, no estaría de más deducir que estos instruidos okupas del Al-Andalus le habrían echado el ojo al magnífico tratado del médico y naturalista griego Dioscórides, donde, entre otra ultiples aseveraciones acerca del anís informaba que a la mujer le acrecienta la leche y le aviva a nada menos que la lujuria.

UN DELICATESSEN AFRODISIACO

Los secretos higiénicos de las corte cortesanas, por profesionalid de sus pizpiretas alcahuetas, corrían de un país a otro. Así, de Italia se exportó la fama acerca de la esencia de anís que, al mezclarse con el sudor natural, se transformaba en sutil y eficaz feromona humana. Una de las más reputadas cortesanas del siglo XVI italiano, Verónica Franco, se empapaba senos y axilas con semejante esencia ¿Por éso sería que el rey Sol, Luis XIV, puso de moda en las cortes cualquier licor o aguardiente que llevara un mínimo de aroma de anís? Información que, tras un par de abrazos con el licencioso Luis XV, evidementemente coge al alzo la expertíssima Pompadour.
Así mismo, tan refinada entendida en el frívolo vino de champagne como compradora compulsiva del mejor del año, curiosamente es a los licores de anís, las francesas «anisettes», los que elige para obsequiar a sus invitados… De ahí que nuestra famosa «celestinilla», Pepita Rúa, no se quedó atrás en sus manipulaciones aniseras. Cuenta Cunqueiro que ella tenía que asegurar a Doña Isabel II que después de sus traguitos de anís de Chinchón con nieve, no le quedara en boca ningún «trazo de olor» distinto al del licor. Aquel ejercicio de olfateo de aliento, así como el consumo del anís, es de suponer que debían esmerarse especialmente en el momento previo al encuentro de la reina con su general «bonito», el general Serrano.

EL AGUA MANCHA

Para mayores coincidencias históricas que las que normalmente el curso de la vida marca, es eI agua del canal de Isabel II donde hasta hace pocos años un productor contemporáneo de anís de Chinchón presumía de ir a saciarse para e elaborar sus mejores licores…Porque esto es el anís: alcohol de melaza rectificado o alcoholes vínicos, cataratas de agua pura, cristalina, sin cal y con ¡muchas! aromáticas y sanotas plantas de anís.
Los científicos de análisis de laboratorio señalan que cuantas mas semillas se escondan, porque se suelen las semillas reservar para pastelería – como las «buenas sustancias» de la leche para quesería y mantequillas- más se enturbia el anís al echarle agua porque no son hidrosolubles, es decir, solubles en agua. Yo, sin embargo, pienso que ese aspecto lechoso lo produce el espíritu de la umbela, al fin sombrilla, en un desesperado esfuerzo de ocultar con esa sombra la herejía de haber bautizado el anís.
Esta propiedad, esta protección del inflorescente espíritu de la umbela impidió la adulteración del anís. La picaresca volvió a parir y los mostradores de las tabernas se vieron profanados por una serie de anisetes para la tercera edad y segundo sexo, tan suaves y amables que no necesitaban ser «palomizados». Se había descubierto que «bautizando» el anís con pequeñas proporciones de agua hirviendo se vencía la protección del parasol de la flor del anís: ¡No se enturbiaba!
Pues eso, disfrútelo solo pero no a solas. Y sobre todo, que la compañía sea selecta: ¡Recuerde sus poderes…!